miércoles, 5 de enero de 2022

"Tromperie", de Arnaud Desplechin: una nueva cara del escritor en la gran pantalla (II)

Pierre Lachenay, el decepcionante artista de La piel suave (La Peau Douce, 1964)

Publica libros y dirige una revista titulada Ratures. En Lisboa, da una conferencia sobre Balzac. Sin duda no se da cuenta pero, con su sombrero y abrigo negros, con su buena conciencia, sobre todo, Pierre Lachenay (Jean Desailly) parece un personaje de su ídolo: uno de esos pequeños burgueses mediocres, aburridos, vagos que el novelista castigado. No es en Angoulême (como en Les illusions perdues de Balzac) sino en Reims donde nos damos cuenta de esto, cuando, por cobardía, por conveniencia y qué decir, humilla a su joven amante (Françoise Dorléac). Mientras abandona, en París, a su esposa (Nelly Benedetti).
Françoise Dorléac en La piel suave (1964) de François Truffaut
Nos gustaría creer en un artista digno de la admiración que le tenemos. A veces nos decepcionamos. Y sin duda es la debilidad de este triste antihéroe la que habrá provocado, en su momento, el fracaso crítico y comercial de la película. El tiempo ha pasado factura: hoy, La piel dulce es visto como la mejor película de François Truffaut. Como una noticia que acaba en tragedia.

Fernando Vallejo, artista cómplice de La Virgen de los sicarios  (2000)

Fernando Vallejo (Germán Jaramillo), autor colombiano de muchos libros traducidos en Francia, es un Flaubert. En sus libros fulmina contra Dios, la burguesía, la estupidez, la decadencia, la bajeza, incluida la suya propia. En La Virgen de los sicarios, relata su regreso a Medellín, su ciudad natal abrumada por la violencia y el odio. Se enamoró locamente de un adolescente, obligado, como todos, a matar para sobrevivir. Sus víctimas, a quienes llama "marionetas", le son tan indiferentes -se acumulan en su camino y, por amor, por perversidad también, Fernando Vallejo se convierte en su cómplice pasivo-... 
German Jaramillo y Anderson Ballesteros en La Virgen de los sicarios (2000), de Barbet Schroeder
Barbet Schroeder, a quien siempre sabemos que está obsesionado por el mal, convierte a este admirado novelista en un despiadado retrato. Eso lo suaviza, sin embargo, transformándolo en un héroe hitchcockiano, tratando, como James Stewart en Vértigo, de encontrar desesperadamente en otro el reflejo del amante desaparecido.

Harry Block, el artista perdonado de Desmontando a Harry (Deconstructing Harry, 1997)

Harry (Woody Allen) es un novelista al que no le importa el daño que hace a sus seres queridos. Su último libro, por ejemplo, le reveló a su exmujer que se había acostado con su cuñada… Su hermana, una judía ortodoxa a la que llama fanática, rebelde: “No crees en nada. Tu vida es nihilismo, cinismo, sarcasmo y orgasmo. - Con tal lema, en Francia, yo sería elegido presidente”, bramaba… Y entonces, Woody que siempre ha sido un fanático de la magia, se cruza con Larry un día, uno de sus héroes. De repente revela las penas ha causado toda su vida.
Woody Allen y Kirstie Alley en Desmontando a Harry (1997), de Woody Allen.
La película es deslumbrante. Brillante. De cinismo. De ternura. Durante un final que evoca al Fellini de Ocho y medio, todos los personajes de Harry están ahí, sonrientes, indulgentes: está bien, es un egoísta, un libertino, un alcohólico, un dolor en el trasero. Pero él los creó. ¿Qué harían sin él? ¿Y qué haríamos sin ellos?

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