domingo, 13 de diciembre de 2020

La muchacha de la Quinta Avenida, Sillas de montar caliente... Cinco joyas del cine americano a redescubrir en las plataformas VOD

A continuación presentamos una selección de comedias que harán las delicias de más de uno. Mel Brooks, Gregory La Cava, Joe Dante, Ernst Lubitsch y Blake Edwards forman una gran alineación de directores que las proyecciones en las plataformas  de VOD hacen posible disfrutar. La diversión está garantizada.

La muchacha de la Quinta Avenida (5th Avenue Girl AKA Fifth Avenue Girl, 1939), de Gregory La Cava 

¿Cuántas veces se ha dicho? Gregory La Cava (1892-1952), quien comenzó como dibujante antes de dirigir a W.C. Fields, fue un gran escritor de comedias locas, tristemente ignorado fuera de un círculo de cinéfilos empeñados combatir tamaña injusticia. Junto a Al servicio de las damas (My Man Godfrey, 1936), su película más famosa, protagonizada por la deslumbrante Carole Lombard, aquí está su hermana gemela, estrenada tres años después, que se parece a ella, con algunas variaciones. En la primera encontramos el enfrentamiento de dos clases sociales opuestas. En la que comentamos, un multimillonario maduro en mala situación económica (su fábrica va mal) y al que los que le rodean se cuidan de evitar (¡incluso en su cumpleaños!) Dará un paseo por Central Park para olvidar su soledad y sus preocupaciones. Frente al estanque de focas, conoce a una joven vagabunda (Ginger Rogers, actriz, no solo bailarina) que se olvidó de ser estúpida. Ella que duerme en la calle, en ocasiones, le anima con sus amargos comentarios sobre los ricos. Él le propone que vaya a celebrar su cumpleaños en un restaurante de moda... No se dice nada más tarde, excepto que es  impredecible. Tanto en términos de tempo (rápido y lento) como de contenido. 
Sátira social, comedia muy agridulce, La muchacha de la Quinta Avenida no perdona a nadie, criticando al mismo tiempo a capitalistas y "revolucionarios" (¡un conductor aquí jura por Karl Marx!), Amos y sirvientes. La convivencia de todos los personajes crea una situación insólita, fuente de bromas pero también de un curioso statu quo, una atmósfera turbia donde todo el mundo parece pensar en voz alta, hablar consigo mismo y muchas veces estar deprimido, sin escuchar a su interlocutor. Conocido como un juerguista y bebedor más o menos heroico, La Cava también fue conocido por ser particularmente resistente a los dictados de estudio. Durante el rodaje Una nueva Primavera (Primrose Path, 1940), desapareció varios días antes de ser encontrado vendiendo perritos calientes. Fue despedido de la RKO. Luego empleado por MGM (Louis B. Mayer se mordió los dedos) y luego por Universal, completó sus escapadas en 1948, en su última película Venus era mujer (One Touch of Venus), que abandonó en el undécimo día de rodaje. Murió cuatro años después de una crisis  cardíaca.

Lo que piensan las mujeres (That Uncertain Feeling, 1941), de Ernst Lubitsch 

¿Una película menor si la comparamos con sus obras maestras -Un ladrón en la alcoba (Trouble in Paradise, 1932), La octava mujer de Barba Azul (Bluebeard's Eighth Wife, 1938), El bazar de las sorpresas (The Shop Around the Corner, 1940)...? Quizás, pero lo menor de Lubitsch vale el 90% del mayor de los cineastas, de entonces. Hay muchas cosas sabrosas y curiosas en Lo que piensan las mujeres, una comedia sobre el nuevo matrimonio. Los Baker, juntos desde hace varios años, forman una pareja aparentemente feliz. Pero ella está cada vez más sujeta a una extraña vergüenza: hipo intempestivo. Siguiendo el consejo de una amiga, decide consultar a un psicoanalista, quien rápidamente se da cuenta de la frustración marital. Se da cuenta de que su marido (Melvyn Douglas) es a la vez condescendiente, arrogante y demasiado realista. En el proceso, se encuentra con su opuesto: un pianista idealista (Burgess Meredith), misantrópico y fogoso, que la despierta a la vida.
Primer activo: la picante belleza de Merle Oberon, estrella de Hollywood con un destino singular, burlada en su juventud por sus orígenes mestizos (galo-india), que pasó por Niza y el estudio Victorine, antes de incorporarse a Londres donde conoció a la quien se convertiría en su marido, el gran productor Alexander Korda, natural de Hungría. En 1937, la actriz formó parte de una película inacabada algo legendaria, I, Claudius, de Josef von Sternberg, que transcurrió en medio de un tormentoso rodaje y finalmente fue abandonada, tras un grave accidente de coche en la actriz que sufrió y que la desfiguró parcialmente. En Lo que piensan las mujeres, todo esto se olvida, ella ha encontrado resplandor y vivacidad. El atractivo de la película proviene de la transformación progresiva y positiva del marido, que muestra recursos insospechados, aquel a quien a primera vista encontramos terriblemente rutinario y aburrido. La película es un himno a la iniciativa y la renovación. Cuenta con una deliciosa escena de una sabrosa comida en la que la heroína honra a sus invitados húngaros (hey, hey) diciendo algunas palabras sin acento en su idioma. Aquí y allá, encontramos el mítico toque Lubitsh, puertas que se abren y cierran, un erotismo sigiloso, ciertas expresiones bidireccionales y elipses en abundancia. Ejemplo: el músico se acerca para besar a la heroína, ella se niega y abandona el campo. Él se une a ella. El encuadre permanece vacío durante unos quince segundos, luego el hombre regresa, se sienta detrás del piano y comienza a tocar alegremente. Se llama elegancia.

Sillas de montar calientes (Blazing Saddles, 1974), de Mel Brooks 

¿Quién cita a Mel Brooks hoy? Antonin Peretjatko -La ley de la selva) (La Loi de la jungle, 2016), y eso es todo. Buena parte de los autores de la comedia trash estadounidense (Judd Apatow, los hermanos Farrelly) le deben mucho. Mel Brooks es un cineasta algo olvidado, cuando fue el rey del humor a principios de la década de 1970, con El jovencito Frankestein (Young Frankenstein, 1974) y Sillas de montar calientes (Blazing Saddles, 1974). También es quien produjo, agárrense bien, El hombre elefante (Elephant Man, 1980), de Lynch y La mosca (The Fly, 1986), de Cronenberg)… Su Sillas de montar calientes es una broma descarada. El avaricioso gobernador Lepetomane y su malvado secuaz, el bandolero Hedley Lamarr (y muchas veces nervioso porque todos insisten en llamarlo "Hedy" Lamarr (como la estrella) en lugar de "Hedley"), quieren que los habitantes de Rock Ridge abandonen la ciudad, para vender sus terrenos a la compañía del ferrocarril. Para facilitar sus maquiavélicos planes, nombran sheriff a Bart, (Cleavon Little, impecable, vestido con Gucci), un negro condenado a la horca, con lo que esperan asegurar que el desorden y la anarquía reinen en la ciudad.
Entre una encargada de saloon, parodia de Marlene Dietrich, un festival de flatulencias producido por los frijoles ingeridos alrededor de la fogata, un tipo que cita a Nietszche, otro que tiene voz de castrato apenas se fuma el porro, racistas que comen heno, la película se reserva su parte de radiante idiotez. Mel Brooks trabaja con un aplomo natural por la estricta igualdad de derechos, mostrando en particular una amistad que no hace falta decir entre el sheriff y Waco Kid (Gene Wilder), un as del gatillo que se volvió suave, que pasa la mayor parte del tiempo bebiendo alcohol. Plena de juegos de palabras (que no no son fáciles de traducir al español), la parodia termina en un gran frenesí, el muro de la ficción se colapsa para dar paso a una gira de carnaval por los estudios de Warner Bros. La música también importa, no cualquier música. Los trabajadores negros explotados en el tendido de rieles dan su corazón en la faena, cantando Cole Porter, ¡y es al mismísimo Count Basie a quien vemos por un momento dirigiendo una orquesta en medio del desierto! Para que conste, encontramos, acreditado como coguionista, Richard Pryor, pionero del stand-up estadounidense, ahora citado como modelo por muchos. 

10, la mujer perfecta (10 AKA Ten, 1979), de Blake Edwards

Blake Edwards, ¿y sigue?  Podríamos haber elegido ¿Víctor o Victoria? (Victor Victoria, 1982) o Una rubia muy dudosa (Switch, 1991). Al final, no decantamos por 10, la mujer perfecta. Por Dudley Moore tal vez, gran cómico, gloria nacional en el país de Shakespeare, antes de su exilio a los Estados Unidos. Pie zambo, muy bajito, mano de orfebre: este payaso tocaba el piano como George Best jugaba al fútbol. Jazz o clásico. Compositor, está precisamente en 10, la mujer perfecta, una joya de la comedia absurda en un contexto de crisis de los cuarenta, varios fiascos y magros consuelos. Casado con Julie Andrews, viviendo en la villa de un magnate en las colinas de Hollywood, en el apogeo de su fama, tiene a priori todo para ser feliz. Excepto que acaba de cumplir 42 años (se ha organizado una fiesta de cumpleaños sorpresa para él), y de repente tiene 1.000 años.
Decadencia, juventud perdida, aquí se enfrenta a una oleada de pánico, cristalizado en torno al amor a primera vista por una aparición - ¡con un vestido de novia! - cruzando por un bulevar de Beverly Hills y que quiere conquistar a toda costa. Dudley Moore convierte su pequeñez torpe en algo blando y erguido, ridículamente hinchable, al borde del desequilibrio, de la caída. Tiene el reto de no reír cuando se quema en la arena de la playa mexicana, buscando desesperadamente una toalla para poner bajo sus pies. O cuando se encuentra condenado a hablar en lengua de signos, después de que sus seis caries han sido curadas a la vez. Titubeante la mitad de la película, hace todo mal y se autocastiga, como si se estuviera inculpando por querer tanto acostarse con Ella. Ella es la famosa Bo Derek, con curvas enloquecedoras, que los menores de 30 años no conocen, mitad sirena, mitad diosa con trenzas de pedrería (¡el origen de una moda de pesadilla para los peluqueros!), Cuya la efímera carrera, por decir algo, sufre sobre todo por Bolero (19849, la cumbre del kitsch erótico creado por su marido. El Bolero, de Ravel, es precisamente la canción que Blake Edwards elige para adornar el coito final. "Melancómico" si lo es.

El chip prodigioso (Innerspace, 1987), de Joe Dante

Martin Short, un actor canadiense que surgió del Saturday Night Live, será recordado para siempre como el hilarante Jack Putter. Un cajero de supermercado mal de la cabeza y del cuerpo, acomplejado, nervioso e hipocondríaco, a quien su médico recomienda "evitar las emociones fuertes". Pero es precisamente él, después de una increíble combinación de circunstancias en un contexto de espionaje industrial, a quien accidentalmente inoculamos en las nalgas... ¡un hombre miniaturizado! Perón. Sí, lo ha leído bien. Dicho miniaturizado es un teniente de la Marina algo fanfarrón (Dennis Quaid) que se ofreció como voluntario en un experimento científico secreta y de alto riesgo. A los controles de un sumergible de bolsillo, se suponía que debía explorar el sistema corporal vital de un conejo. Pero es dentro de Jack Putter donde se ve propulsado.
El chip prodigioso es el remake de Viaje alucinante (Fantastic Voyage, 1966) de Richard Fleischer, una película singular por su enfoque plástico y misterioso. Nada que ver con esta versión paródica del turbulento Joe Dante, a quien nada le gusta tanto como jugar a toda velocidad, sin dejar de especular constantemente sobre el cine, película tras película, el espectador, el formato (miniatura o tamaño natural). Al engancharse cerca del tímpano y luego en el nervio óptico, el piloto que circula en las tuberías humanas son todos ojos, todos oídos. Sobre la situación de "dos hombres en uno", la película lleva bastante lejos el delirio, explora la cuestión de la alteridad, de lo somático. Antes de reinventar el triángulo amoroso, gracias al personaje de Meg Ryan, que ya no sabe muy bien a qué hombre está besando. Además, la película se divierte haciendo guiños (desde Chuck Jones hasta Kubrick), se burla de casi todo el mundo (el ejército, el contraespionaje, la investigación científica) y tiene éxito, es una vergüenza, estar en movimiento, durante una exploración, tan grandiosa como fugaz, en el vientre de la mujer amada.

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