lunes, 21 de diciembre de 2020

Caroline Cellier, César a la mejor actriz por Una gata ardiente (1984), ha muerto

Tanto en el teatro como en el cine, la actriz fue conocida por sus personajes populares y originales. La que ganó el César a la mejor actriz de reparto en 1985 por Una gata ardiente (L'année des méduses, 1984) de Christopher Frank falleció a los 75 años.
Caroline (Monique) Cellier (Montpellier, 7 de agosto de 1945), una gran actriz no muy reconocida, murió el 16 de diciembre de 2020. Ella era extraordinaria en el teatro. En Pygmalion (1967), primero, donde, frente a Raymond Gerôme, es una descarada y astuta Eliza Doolittle que la crítica y el público aclamarán. Le siguen otros grandes papeles: Trahisons (1982), donde hace sutiles y ambiguos los famosos silencios de Harold Pinter con, es cierto, dos socios excepcionales, Samy Frey y André Dussollier. Creó, en París, en 1988, junto con Bernard Giraudeau, la versión de Christopher Hampton de Amistades peligrosas (Dangerous Liaisons). Y en 1999, interpretó a una Blanche DuBois de ensueño en Un tranvía llamado deseo (A Streetcar Named Desir) de de Tennessee Williams, en una producción contestada de Philippe Adrien. A medida que avanzaban las representaciones, el papel la marcó hasta el punto de marcarla moralmente. Apenas se recuperará...
¿Le interesó menos el cine? ¿O impresionó a ciertos directores por la autoridad que irradiaba, este juego preciso y refinado, desprovisto de tics y trucos? Aún así, Caroline Cellier conservará ese aura. Irregular, de todos modos. No demasiado. Aún así, Claude Chabrol rodará con ella dos películas: Accidente sin huella (Que la bête meure, 1969), donde intenta escapar de la monstruosidad de Jean Yanne, y  Poulet au vinaigre (1985), donde intenta huir de la locura. perversa de unos notables de provincias… Y ese mismo año ganó el César a la mejor actriz en un papel secundario por Una gata ardiente, de Christopher Frank, donde irradia sensualidad.
Esta carrera desigual se explica fácilmente: las películas fáciles le molestan. Ella confía en la originalidad. Acepta la propuesta de Bernard Stora en Vent de panique (1987), donde ella y Bernard Giraudeau interpretan a dos ex estrellas infantiles que se han convertido en adultos desamparados, dos ladrones burlescos. La de Olivier Schatzky en L'Élève (1996), con la esperanza de triunfar en un drama romántico a lo Stefan Zweig. Mejor aún: en la película de Catherine Corsini en Poker (1987), extraña película en la que, entre dos juegos de cartas, deambula por París de noche, sugiriendo una elegancia y una vulnerabilidad cercana al universo del novelista Jean Rhys.
Fue durante mucho tiempo la esposa de Jean Poiret quien, para ella, adaptó y dirigió, según una novela de Alexandre Jardin, su única película: Le zèbre (1992), que celebraba su belleza, su melancolía y su permanente insatisfacción... Durante unos años, tal como la Fedora de Billy Wilder, se escondió de los ojos de los demás y del paso del tiempo. 

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