jueves, 30 de marzo de 2023

Clásicos de cine: El verano de Kikujiro (I)

El verano de Kikujiro (Kikujiro no natsu, 1999), de Takeshi Kitano

Parece que en el cine japonés siempre ha habido un interés para explorar las dificultades de su propia sociedad. Sobretodo en lo que respecta a lo relacionado al concepto de familia. Desde películas fundamentales como Cuentos de Tokio (Tokyo monogatari, 1953), de Yasujiro Ozu, hasta dramas sociales más contemporáneos como Nadie sabe (Dare mo shiranai20049, de Hirokazu Kore-eda o La casa del tejado rojo (Chiisai Ouchi, 2014), de Yōji Yamada. Takeshi Kitano es otro nombre que seguía dicha tendencia, si bien se alejaba de los dramas costumbristas más habituales para hacerlo con otros registros más de su agrado. Como los thrillers policiacos –Sonatine (1993)-, dramas de mafiosos –Brother (2000)-, cine de samuráis –Zatoichi (2003), u otras más enfocadas hacia la comedia más melancólica. Como la entrañable y conmovedora El verano de Kikujiro.
Masao (Yusuke Sekiguchi) es un niño de nueve años al que le toca pasar las vacaciones de verano con su abuela; así que se acabaron los partidos de fútbol, ya que todos sus amigos se han marchado a la playa. El aburrimiento de Masao es tal que se le ocurre la idea de buscar a su madre, a la que nunca ha visto. Con muy poco dinero y con una fotografía y una dirección como únicas referencias, el plan parece condenado al fracaso. Una amiga de su abuela propone que su marido acompañe a Masao. El problema es que Kikujiro (Takeshi Kitano), un antiguo yakuza, no parece la compañía más recomendable para un niño.
La filmografía de Takeshi Kitano está compuesta por películas de gran diversidad. Pese a ello, hay algunas temáticas que se han mantenido constantes en muchas de ellas. Como la importancia de la familia, los vínculos de pareja, conflictos con los yakuzas… Que el tono general de sus películas fuera, al menos durante toda la década de 1990, más bien austero y dramático, no hace más que resaltar lo particular de una propuesta como ésta. Anteriormente ya habría probado con la comedia –Gettin Any? (Minna Yatteruka, 1994)-, y más adelante le seguirían bizarradas como Aquiles y la tortuga (Akiresu to kame, 2008), una película sobre la complejidad del mundo del arte. Ninguna de ellas estaría entre las películas más recomendables del director. La paradoja llega cuando la extraña mezcla entre el drama, la comedia, la ternura y la extravagancia de El verano de Kikujiro se dan la mano para cohesionar en una de las mejores películas del director japonés.
A lo largo de su trayectoria, Kitano ha mantenido un estilo generalmente simple y austero. No suele hacer virguerías con la cámara. Prefiere dejarla tranquila, plantada en el trípode, para que todo el trabajo lo hagan el encuadre, los actores, el sonido y la música de Joe Hisaishi, a la que entraremos más adelante. En sus películas la acción respira para dejar que los personajes -y los espectadores- sientan cuanto va sucediendo en la narración. A su vez, Kitano apuesta por lo poético, la parsimonia y la melancolía. Todo ello con puntos de humor para no caer en un melodrama exacerbado. Es posible que El verano de Kikujiro sea su película más tierna y entrañable hasta la fecha. A pesar de la profunda tristeza de la historia, Kitano consigue irradiar de sus imágenes una gran alegría, gracias a distintos momentos de muy absurdos.
(cont.)

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