domingo, 6 de septiembre de 2020

Rodolfo Valentino, el eterno latin lover (III)

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Para desesperación de las cotillas de Hollywood, Valentino no era aficionado a
Natacha Rambova en 1922
las fiestas, no le gustaba beber y no tenía nada de Don Juan. Sólo pudieron hincarle el diente en un escándalo. En 1919 se casó con la actriz Jean Acker, una supuesta amante de la también actriz Alla Nazimova, quien la había amenazado con destruir su carrera si la abandonaba, antes de que esta se casara con Valentino. Este matrimonio no llegó a durar un mes. Posteriormente, se enamoró de la extraordinaria Natacha Rambova, una diseñadora de talento, y se casó con ella en mayo de 1922, antes de que hubiese finalizado el proceso de divorcio. Como consecuencia de ello, se vio acusado de bigamia, pasando tres días en prisión de la que salió bajo fianza, 
aunque la acusación fue retirada poco después. 
La Rambova tuvo un efecto desastroso sobre el joven y tranquilo Valentino. Le obligó a pelearse con varios estudios, y se dice que, en un momento determinado, su situación económica era tan desesperada que Valentino se vio obligado a cazar furtivamente liebres y conejos para que pudiera comer. También le impulsó a llevar una vida lujosa y dispendiosa (que creía era la que correspondía a una gran estrella de la pantalla) y despertó su interés por el espiritismo. Valentino llegó incluso a un publicar un pésimo libro de poesía, dictado según él desde "el otro mundo" por su guía, Pluma Negra. 
 Don Alonso (Rodolfo Valentino ) con Julieta (Helena D'Algy), la novia que, en la misma noche de bodas, es raptada por unos bandidos en El diablo santificado (A Sainted Devil, 1924)
El matrimonio duró lo suficiente como para hacer nacer en él el gusto por la vida fácil y lujosa que habría de llevarle casi a la bancarrota, y las úlceras que provocarían finalmente su muerte en 1926. 
Las recaudaciones de taquillas que siguieron a Los cuatro jinetes del Apocaplipsis fueron desiguales, pero su popularidad personal siguió siendo enorme. Su hermana recuerda que, en los períodos difíciles, vivían de cobrar por fotos con autógrafos de él, para las que les llegaban al día miles y miles de peticiones. Valentino era extremadamente miope y se dice que, como consecuencia de ello, se había negado a a alistarse durante la guerra. Es posible que esa misma miopía explique las miradas profundas y penetrantes con las que parecía desnudar el alma de sus "partenaires", esas miradas qcn los ojos entrecerrados y tan llenas de pasión que calentaban la sangre de todas las mujeres de América. Quizás lo único que intentaba era "enfocarlas" lo mejor posible, para poder verlas.
En El águila negra (The Eagle, 1925), Valentino encarnaba a un oficial del ejército convertido en bandido.
Pero la mayor cualidad de Valentino como actor, y la que brilla gloriosamente en todos los planos de todas las películas que interpretó es su asombrosa gracia. Si se congela cualquier fotograma de cualquier película suya, se obtendrá la foto de un bailarín de ballet. Y, unida a esa gracia propia del ballet, iba su gran fuerza del suelo y subirla a la grupa de un caballo en un movimiento alado, tan aparentemente sin esfuerzo y agilidad como si estuviese abrochando el lazo de sus zapatos. 
Monsieur Beaucaire (Rodolfo Valentino) con su hermano (André Daven), una buena forma para  vender imagen.
Sí, cuando era un joven alegre y generoso, que acababa de cumplir los 18 años, hubiese tenido la precaución de ahorra sólo una cuarta parte de los 4.000 dólares que llevó consigo a los Estados Unidos, Valentino se habría indudablemente convertido en un orondo y próspero agricultor de California. Al no ser así llegó a ser inmortal. 
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