sábado, 5 de septiembre de 2020

Rodolfo Valentino, el eterno latin lover (II)

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Tras graduarse en la Escuela de Agricultura de Génova, marchó a París (su madre era francesa), e, indudablemente, aprendió a bailar en el mundo estudiantil alegre y desenfadado que conoció en dicha ciudad, a la que llegó cuando sólo tenía 17 años, y no en los rígidos y formales bailes de su ciudad natal, Castellaneta (Tarento), situada en el sur de Italia donde nació el 6 de mayo de 1895, en el seno de una familia de clase media, cuyo apellido era Guglielmi. Cuando se quedó sin un céntimo  en París, se limitó a escribir a su familia y pedirles dinero para el billete de vuelta a Castellaneta. 
A los 18 años sintió la llamada de la aventura y se embarcó para Estados Unidos, aunque esta vez con algo más de dinero. "Italia se me ha quedado pequeña, le confesó, antes de partir a su hermano. En Nueva York llevó la misma vida alegre y desenfadada que había llevado en París; pero, esta vez, cuando se le acabó el dinero su orgullo latino le impidió recurrir nuevamente a su familia. En lugar de escribirles una carta lastimera pidiéndoles el dinero para el billete, robó papel del hotel Waldorf  Astoria, se hizo una foto con ropas alquiladas para demostrar lo bien que le iba... y mientras tanto, dormía en Central Park. Es posible que se viera de alguna manera implicado en una organización dedicada a la extorsión y el chantaje, pues pasó unos cuantos días en la cárcel de Tombs hasta que la acusación fue retirada. 
Su apostura, juventud, encanto natural, cortesía europea y habilidad para la danza le salvaron de morir de hambre o de lanzarse a una carrera más peligrosa como delincuente. Encontró trabajo como "caballero acompañante" e un té-danzante instalado en uno de los hoteles más caros y lujosos de Nueva York. 
Rudolph Valentino con un Cocker Spaniel que le regaló el alcalde James Rolph.
Allí se hizo amigo de Bess Dudley, cuya novia, Bonnie Glass, era bailarina profesional en cabarets y teatros y estaba buscando una nueva pareja para reemplazar al que habría de convertirse en futuro astro de la pantalla, Clifton Webb. Valentino dio así su primer paso por el precario pero maravilloso mundo del espectáculo. Su numero de danza terminó cuando Bonnie Glass se casó, y Valentino se unió entonces al cuerpo de baile del espectáculo de Al Johnson, con
el que viajó hasta Utah, y de ahí a San Francisco, donde buscó la ayuda de la Italian Agricultural Society, que se dedicaba a comprar tierra para los  agricultores italianos inmigrantes, pero esa organización exigiía un depósito de 1.000 dólares y él no los tenía. 
La suerte pareció guiar sus pasos, pues, se encontró por casualidad con un viejo amigo, el actor Norman Kerry, que estaba trabajando con Mary Pickford en las cercanías de San Francisco. Kerry le convenció de que debía de probar suerte en Hollywood. Comenzó así el tradicional camino ascendente, lleno de privaciones y esfuerzos. Semanas sin trabajo, semanas en las que interpretaba pequeños papeles (normalmente de "malo"), y finalmente papeles algo más largos en películas más importantes. El dinero que ganaba no se iba en lujos, pero si en coches rápidos y caros. Valentino no era buen conductor y tuvo numerosos accidentes de poca monta. En algunas fotos suyas se puede ver una pequeña cicatriz en la mejilla derecha. 
June Mathis, jefa del departamento de guiones de la Metro, vio en aquel actor joven y pco conocido una personalidad y un magnetismo especiales, y presionó a la Oficina de Repartos para que le encomendasen el papel protagonista de Los cuatro jinetes del Apocalipsis, iniciándose así la meteórica carrera hacia el estrellato de Rodolfo Valentino.
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