viernes, 16 de septiembre de 2022

Jean-Luc Godard está muerto: no hizo nada para complacer, y ya lo echamos de menos (II)

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Se necesitan dos para hacer películas. Esta máxima es un leitmotiv para Jean-Luc Godard. Ser un equipo, sentirse menos solo. ¿O mejor solo? De Al final de la escapada, está Raoul Coutard, instalado por un momento detrás de la cámara. Para El soldadito (Le petit soldat, 1963), el director pone un anuncio: se solicita una actriz, y afines. Es Ana Karina, pasó a ser musa y modelo, siete años y otras tantas películas. Evocando oblicuamente al FLN y la tortura en Argelia, Godard comienza a mostrar su gusto por los temas que incomodan y pone a todos de espaldas, incluida la censura: privados de estreno. Para la Nueva Ola, ya es la hora del reflujo. Su genio alborotador prosigue luego, a un ritmo capaz de hacer girar la cabeza de la crítica y el público por igual, ejercicios por todo lo alto (Una mujer es una mujer (Une femme est une femme, 1961), falso musical alegre y colorista, Los carabineros (Les carabiniers, 1963), fábula y farsa antibélica, Lemmy contra Alphaville (Alphaville, 1965), meditación futurista y oscura) y ensayos de observación sociológica Vivir su vida (Vivre sa vie, 1962) prostitución; Masculino femenino (Masculin féminin, 1966), la juventud; Dos o tres cosas que yo sé de ella (2 ou 3 choses que je sais d'elle, 1967) los suburbios.
Jean-Luc Godard y Ana Karina: el director y su musa
Una imagen gris y borrosa
De este período, antes de mayo de 1968, las dos películas estrella son El desprecio (Le Mépris, 1963) y Pierrot el loco (Pierrot le Fou, 1965). En 1963, Beauregard y Carlo Ponti ofrecen a Godard el lujo de una fantasía: coproducción franco-italiana, Cinecittà, Roma, Capri, estrellas. Quería a Sinatra y Kim Novak, tendrá a Piccoli y Brigitte Bardot, a quien se permite llevar una peluca negra en una larguísima escena doméstica rodada en plano secuencia, de esas que marcan de por vida. El desprecio, apoyado por el autor al que adapta, Alberto Moravia, fuerte en la presencia tutelar de Fritz Lang y aumentado in extremis por un desnudo bajo la presión de los productores, no tiene el éxito esperado. Más tarde sería aclamado universalmente, incluso por los críticos de Godard. Quizás porque se acerca más a una “gran película de éxito”, desplegando medios de seducción (sex-appeal de BB, música elegíaca de Georges Delerue, luz mediterránea) que escapan a su autor. Este “Godard” es un “Bardot”, como Pierrot el loco y Al final de la escapada, “Belmondos”. Tres películas ancladas en el imaginario colectivo, probablemente menos por su atrevimiento formal que por los rostros que les dan carne, incluso pintados de azul, como la tendencia Bébel (Belmondo), sin trabajo, turbante de explosivos, al final de Pierrot.
Jean-Luc Godard y Jean-Paul Belmondo durante el rodaje de Pierrot el loco (1965)
A Godard le estallan imágenes como si acabáramos de inventar el color, quedan las palabras, tan ligeras como estribillos: "¿Qué puedo hacer... no sé qué hacer...", "Y mis nalgas... te gusta mi culo? “, “No soy infame, soy mujer”, “¿Qué es, asqueroso?"… Salen de la boca de una mujer joven. Amada, a veces, deseada, o no. Aunque Godard la rodea de chicos, es a su propia pareja a la que nunca deja de buscar con ardor obsesivo. Otra figura habitual es la del intelectual discursivo. Escritor ficticio (Parvulesco), cineasta apenas disfrazado (Fritz Lang), filósofo (Roger Leenhardt), luego incluso filósofo (Brice Parain)… El pensador tiene su espacio en cada película de Godard, que sin embargo se preocupa más por la neutralidad científica (¿Suiza?) que la opinión política. Sus amistades de derecha e izquierda, sus elusiones y piruetas de "dandy" le dieron a este mal hijo que siguió siendo burgués una imagen gris y borrosa. Cuando el camarada Jean-Luc apunta su cámara en la Universidad de Nanterre a los estudiantes maoístas, está en los ojos de algunos bastante sospechosos.
Anne Wiazemsky y Jean-Pierre Léaud en La chinoise (1967)
¿De quién es Godard derretido en la época de La Chinoise (1967)? ¿Anne Wiazemsky, nueva musa, estudiante de filosofía y nieta de François Mauriac? ¿O el presidente Mao, cuyo libro rojo está en toda la pantalla, citado, leído, decorando los estantes blancos? Ambos, de manera diferente. Ideas vagas, imágenes claras: el programa está escrito en la pared al comienzo de la película "en proceso". El siguiente, Week-end (1967), carga contra la sociedad de consumo simbolizada por el automóvil: carnicería de chapa, con Jean Yanne y Mireille Darc. Y después ? Jean-Luc ya no quiere ser Godard. Por allí pasó Mayo del 68, del que acompaña la procesión a su manera con los Ciné-tracts. Y le estorba su notoriedad, nacida de malentendidos más o menos aceptados. Mirado de reojo por la gente seria de la revolución, burlado por los situacionistas, "el más estúpido de los suizos pro-chinos" crea su propia celulaa. Durante cuatro años, el grupo Dziga Vertov (llamado así por un pionero del cine ruso) se reduce a Jean-Pierre Gorin, un periodista convertido en alter ego, y un Godard que lucha por hacerse un sitio. A partir de este exilio marginal, desarrolla una manía por identificarse con las minorías oprimidas, los indios americanos o los palestinos, una imagen justa, a veces acompañada de una retórica dudosa. En cuanto a las películas del “grupo”, es un eufemismo decir que no encuentran a su público: difícilmente van a buscarlo.
Week-end (1967)
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