miércoles, 7 de octubre de 2020

Las mejores películas de culto de la historia del cine (XXXII)

El callejón de las almas perdidas (Nightmare Alley, 1947), de Edmund Goulding

Se basa en la novela Nightmare Alley, de William Lindsay Gresham y publicada el año anterior. L
a acción tiene lugar en una feria ambulante y Chicago, en 1946/47, a lo largo de más de un año. Narra la historia de Stanton Carlisle (Tyrone Power), joven ambicioso, embaucador y cínico, que comienza como aprendiz de charlatán de feria y asciende a protagonista de un espectáculo de adivinación en una lujosa sala de fiestas. Los trucos del número se los revela Zeena Krumbain (Jean Blondell), tras la muerte de su compañero, a quien Stanton sustituye como "partenaire". Casado con Molly (Coleen Gray), inocente, sincera y fiel, la abandona para convenir con Lilith Ritter (Helen Walker), psicóloga no titulada, un plan siniestro para explotar la buena fe de personas adineradas y crédulas. Las quejas de algunas de éstas y la inmoralidad de Lilith ponen a Stan en peligro. Zeema simboliza la honestidad, Molly la inocencia, Lilith la deshonestidad y Stan la ambición sin límites. La obra está presidida por la presencia intangible del mal, el determinismo de la degradación moral, la fuerza del destino que rige, misteriosamente e inexorablemente, la vida de las personas, imponiendo el mal y marginando la bondad de Molly y la sinceridad de Zeema. Las cartas desvelan, infaliblemente, el futuro y anticipan la tragedia. La vida colectiva y la vida individual son movidas desde un ámbito superior desconocido y poderoso, que inunda la vida de incertidumbre y ansiedad. Los seres humanos no son los rectores de su destino, sino sus marionetas de trapo y sus víctimas. La conspiración maléfica de Stan y Lilith transforma el acuerdo en duelo y la confianza mutua en triunfo del mal superior sobre el mal limitado por la capacidad de engaño y la credibilidad de las víctimas. Son escenas destacadas la sesión en que Stan ve por primera vez a Lilith, la lectura del destino de Stan por Zeena y la soberbia escena final. Pocas veces el cine de Hollywood de los 40 y 50 creó una obra en la que la pulsación del mal fuera tan intensa y profunda. Película singular y atípica como pocas, digna merecedora de su condición de obra de culto.

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