viernes, 7 de mayo de 2021

“La trilogía romántica” de Doris Day et Rock Hudson: un desaire sexy a la América mojigata (II)

(cont.)
Nuevas fronteras
No puedes evitar buscar en estas películas en las que se encarna el sueño americano en todo su esplendor las alusiones a su homosexualidad, oculta durante mucho tiempo, y que sus parejas siempre han afirmado ignorar, lo cual es difícil de creer. Hay algunos y Rock Hudson los acepta con humor, ya que están reservados para los pocos felices. En Confidencias en la almohada, un malentendido la lleva a sugerir varias veces su futuro parto a un ginecólogo que, asombrado, elogia a su secretaria a este innovador que "abre nuevas fronteras a la humanidad"... ve entrar, después de una noche de niño, desnudo con un abrigo de piel, lo que provoca el reflejo de dos observadores, por muy acostumbrados que estén a sus escapadas: "¡Oye, nunca lo hubiéramos creído de él!" » Cazado por Doris Day en No me mandes flores, termina en la cama con su mejor amigo, lo que resulta en una breve escena de "menage", uno deseando dormir con la ventana abierta y el otro temiendo atrapar un resfriado...
De los tres guiones, el mejor es Pijama para dos: la historia de una lucha entre dos publicistas para venderle a una audiencia ya robótica un producto que no existe. Y cuando lo inventa un chiflado, es un caramelo alucinógeno que despierta el entusiasmo del inventor: "Le di a este país lo que buscaba: una buena droga a diez centavos ...
Rock Hudson y Tony Randall en No me mandes flores (1964)
Una realización sin un encanto particular
Queda la puesta en escena. Son tan impersonales que incluso el equipo de Elephant Films no siente la necesidad de citar a ningún director en la portada del cofre que acaban de editar... Probablemente para no molestarse con celebridades a veces caprichosas, los productores de las tres películas (incluido el marido de Doris Day que, además, la arruinará…) olvida a los viejos todavía en actividad (Billy Wilder, George Cukor) y descuida a los jóvenes prometedores (Blake Edwards). Llaman a los buenos realizadores que no les plantean ningún problema: Michael Gordon (Confidencias de medianoche), Delbert Mann (Pijama para dos) y Norman Jewison, el mejor de los tres, que se enreda un poco en No me mandes flores...
Las tres películas siguen siendo divertidas. Apuesto. A menudo divertido. Y a veces insolente. Pero estamos muy lejos del Lubitsch de Una mujer para dos (Design for Living, 1933)  y Ninotchka (1939). O El imposible señor bebé (Bringing Up Baby, 1938) de Howard Hawks.

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