viernes, 15 de julio de 2022

“The Rider”, “First Cow"...: el western, un género más masculino

En la magnífica First Cow (2019),los hombres están recogiendo arándanos rojos y lavando la ropa. Un perfecto ejemplo de una película que, junto a otras, deconstruye los códigos viriles del western.
El western, antes, era simple: tipos rudos de fuerte barbilla, cabalgadas fantásticas, duelos a tiro limpiot, reyertas de borrachos en la cantina... En otras palabras, esencia de testosterona concentrada, esparcida -"despatarre masculino"- en la pantalla, al servicio de valores voluntariamente patrióticos, colonialistas y, en la medida de lo posible, misóginos.
En First Cow (2019), de Kelly Reichardt, los personnages interpretados por John Magaro y Orion Lee no sueñan con grandes calibre y el gran Oeste... sino en pasteles y panadería
Hoy las cosas se complican más: los hombres ya no necesariamente comparan el tamaño de su colt, como en Río rojo (Red River, 1948), de Howard Hawks, sino el de sus sueños... Con First Cow, Kelly Reichardt deconstruye la mitología viril del salvaje oeste. Sus héroes no son los toscos cazadores que poblaban el Oregón de la década de 1820, sino un cocinero y un inmigrante chino. Dos amigos delicados y sensibles, se embarcan en un negocio arriesgado: por la noche, extraen leche en secreto de la única vaca presente en el territorio para hacer y vender deliciosas buñuelos que podrían asegurar su fortuna. La conquista del Oeste, para estos dulces soñadores, pasa por la del estómago. Y como horizonte más grandioso, es la apertura de una panadería lo que acapara sus mentes.
 John Wayne y Montgomery Clift en Río rojo (1948)
Roles invertidos
No hay ningún equipo salvaje, por lo tanto, en el programa de sus modestas aventuras, pero aún así peligrosas. Si se juegan la cabeza con sus travesuras lecheras, los cómplices son sobre todo filmados en una cotidianidad doméstica amable y ritualizada. Estos dos lavan la ropa, cosen, cocinan, barren y decoran sus interiores, hacen una tarta de arándanos… Reichardt invierte los roles habitualmente asociados a la condición femenina, divirtiéndose desviando la mirada. Incluso en una escena de cantina donde llega un machote con una cuna, bajo las bromas de los demás clientes. 
Crónica doméstica, naturalista y gourmet, esta película es también y sobre todo una conmovedora historia de amistad, fraternidad, sin competencia ni lucha por el poder. Un canto a la solidaridad, una suerte de antiowestern, envuelto en el oropel del género.
No es la primera vez que la cineasta invierte los códigos del "Wild Wild West": en Meek's Cutoff (2010), ya había revisado y corregido el mito, devolviéndolo a los aspectos más triviales: caminar bajo un sol implacable, preparar el té, hacer fuego, ir a buscar agua... La historia sigue el laborioso y antiespectacular avance de un convoy de pioneros, hombres y mujeres perdidos en Oregón, tratando de sobrevivir en el infierno de un desierto mineral. No hay nada heroico en esta crónica minimalista y sensorial, donde surge una inversión de las relaciones de poder entre el jactancioso trampero, contratado para guiar el convoy, y una de las mujeres del grupo (Michelle Williams). Poco a poco, la autoridad de esta madre, sabia y resuelta, acabará suplantando a la del varón que se supone sabe adónde va, y en realidad está totalmente perdido. Declive de una masculinidad cada vez menos triunfante frente a la afirmación del poder femenino.
Shirley Henderson, Zoe Kazan y Michelle Williams en  Meek's Cutoff (2010), de Kelly Reichardt. Una película donde la mujer impone su sabia autoridad al hombre charlatán y fracasado
Por supuesto, Hollywood no esperó a los 2000 para revolucionar la figura del cowboy y los códigos del western. Poniendo a veces a la mujer en primer plano (recuérdese a Marlène Dietrich en Encubridora (Rancho Notorious, 1952) o a Joan Crawford en Johnny Guitar (1954)) o, más generalmente, rebajando la imagen del macho dominante, sin debilidades ni dudas - El hombre del oeste (Man of the West, 1958), de Anthony Mann; El hombre que mató a Liberty Valance (The Man Who Shot Liberty Valance, 1962), de John Ford; Pequeño gran hombre (Little Big Man, 1970), de Arthur Penn; Sin perdón (Unforgiven, 1992), de Clint Eastwood...-. Pero en los últimos años, la exploración de los orígenes del mito americano pasa, cada vez más abiertamente, por el de la psique y las neurosis íntimas. Con la adaptación de la novela de Thomas Savage en El poder del perro (The Power of the Dog, 2021), Jane Campion se divierte desentrañando la masculinidad tóxica, mientras explica el sustrato homoerótico que atraviesa el género desde sus inicios.
Uno de los primeros contraejemplos del género, Johnny Guitar (1954), de Nicholas Ray, donde el papel de Joan Crawford no se limita a la cocina y la seducción (o viceversa)
Así Phil, el hosco vaquero (Benedict Cumberbatch) reina indiscutiblemente sobre sus tierras en la década de 1920 en Montana, mientras vive recordanndo, obviamente enamorado, a su difunto mentor, Branco Henry. Si Phil entristece a la mujer de su hermano y al hijo de ésta, Peter, un chico demasiado femenino para su gusto, es él, el macho alfa, quien finalmente se derrumba ante este adolescente que despierta en él tanta repulsión como fascinación. En el momento de su estreno, la novela causó indignación por atreverse a debilitar la imagen templada de acero del héroe del Salvaje Oeste. Jane Campion aprovecha este venenoso relato para evocar, sobre todo, la vulnerabilidad y la soledad de los hombres de las grandes llanuras.
Benedict Cumberbatch y Kodi Smit-McPhee en El poder del perro (2021)
Ang Lee, en 2005, relató magistralmente la violencia de los sentimientos reprimidos, con Brokeback Mountain (en terreno vedado) (Brokeback Mountain, 2005). La crónica de un amor secreto e imposible entre dos vaqueros, de los años 1960 hasta la década de 1980, en una América rural conservadora. Con este faceta gay de Los puentes de Madison (The Bridges of Madison County, 1995), el cineasta se aprovechó de los códigos del western para entregar un melodrama conmovedor, cuyos héroes se veían condenados a ponerse la máscara de una masculinidad falsa y heteronormativa, a traicionar sus sentimientos para doblegarse a las reglas del juego social.
Jake Gyllenhaal y Heath Ledger, en Brokeback Mountain (en terreno vedado) (2005)
Los que no cumplen, como mínimo, son los magníficos perdedores que pueblan las películas de Chloé Zhao. Con ello, el western se convierte en el lugar del marginalidad, de los olvidados del sistema. En The Rider (2017) se revela la magnífica y conmovedora figura de un joven vaquero nativo americano, condenado a no volver a montar a caballo tras un accidente en un rodeo. Su fragilidad: la placa de metal clavada en su cabeza, una verdadera bomba de relojería, que puede destruirlo, así como un accidente automovilístico destrozó el destino de su mejor amigo, ahora en silla de ruedas... La masculinidad que se muestra aquí es la de los hombres dañados. , para algunos pluridiscapacitados, convertidos en empleados de supermercado, viviendo de la asistencia social y de ilusiones perdidas. “Como feminista, creo que es muy importante decirles a las niñas que pueden ser fuertes, pero también es importante decirles a los niños que pueden ser vulnerables”, explicó la directora en una entrevista. “Quiero crear diferentes imágenes con las que los jóvenes puedan identificarse. "Un día, los vaqueros, quién sabe, ya no tendrán que esconderse para llorar…".
      Brady Jandreau en The Rider, (2017)

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