lunes, 25 de octubre de 2021

El cine de Cristi Puiu (XI)

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En el caso de la identidad personal, esa confusión es en muchos casos una cuestión de supervivencia alienada, como pone de manifiesto la evolución de cada uno de los personajes. Ninguno es quien finge o aparenta ser al inicio de la película, sino que actúan según el guion que dictan las normas sociales. Es más, están juntos, pero apenas se miran a los ojos. Puiu es un maestro construyendo este tipo de paradojas en las relaciones sociales; la gente se habla de espaldas, de soslayo o a través de puertas. Y se habla mucho, sí, pero a menudo de cuestiones banales en diálogos de besugos. En Sieranevada este es un efecto calculado e intencionado para mostrar un teatro del absurdo donde la comunicación no es sinónimo de sinceridad. A medida que avanza la narración, Puiu decapa a sus personajes hasta dejarlos desnudos ante el espejo de su conciencia; solo en ese momento se sientan todos a comer. Y la cámara, el muerto, con ellos. Es curioso que un director alérgico a las metáforas sea capaz de crear una imagen alegórica tan potente.
En cuanto a las verdades del mundo, la película introduce como vectores de reflexión y debate los atentados del 11S y el ataque terrorista a la redacción de Charlie Hebdo. En concreto, uno de los cuñados de Lary se muestra obsesionado por esclarecer ambos hechos, puesto que desconfía de las versiones oficiales. Ajeno a la colmena familiar que zumba a su alrededor, consulta de manera compulsiva en su móvil información y vídeos que no duda en compartir con el resto de los parientes. Le importa más saber si las Torres Gemelas fueron dinamitadas o no, que si uno de sus familiares es un maltratador y un marido infiel. Hacia esa diferencia de prioridades dirige Puiu su incisiva mirada y, de paso, apunta uno de los problemas sociales acuciantes en las sociedades contemporáneas: la apatía existencial. ¿Por qué lo lejano nos resulta cercano y, en cambio, lo próximo nos resulta distante? El bello plano final ofrece una respuesta que evoca además una de las observaciones más comentadas de Tocqueville: «Los hombres se sacrifican raramente unos por otros, pero muestran una compasión general para todos los miembros de la especie humana».
La hoy ilocalizable Trois exercises d’interprétation (2013) y Malmkrog (2020) componen un díptico que adapta, como ya se apuntó, Los tres diálogos y el relato del Anticristo, del filósofo ruso Vladímir Soloviov, figura que ejerció notable influencia en la obra y el pensamiento de sus contemporáneos Tolstoi, Pasternak y Dostoievski. Ejercicio fascinante de epistemología, Puiu ensaya en la primera de estas películas una aproximación libre en forma de taller de interpretación actoral, que el director organizó realmente en el estudio francés Chantiers Nomade en 2012. Los actores reunidos, intérpretes de sí mismos y de sus papeles, discuten con Puiu la mejor manera de aproximarse a los personajes descritos por Soloviov en cada uno de los tres diálogos, que en la película se corresponden a su vez con las piezas tituladas The Cat is On the Chair, The Mouse is Under the Table y The Monkey is On the Branch. De este modo, la investigación y el ensayo actorales se alternan con discusiones en torno a la guerra, la moral y la religión, los tres temas cardinales de la obra de Soloviov, ofreciendo al público como resultado un filme híbrido entre el documental, la dramatización, la ficción realista, el videoensayo y la performance.
Trois exercises d’interprétation (2013)
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