sábado, 31 de julio de 2021

Las 100 mejores películas de terror del siglo XXI (XXXII)

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8.- La niebla (The Mist, 2007), de Frank Darabont

Frank Darabont no es un realizador excesivamente prolífico, pero pasará a la Historia del Cine por haber dirigido tres de las mejores adaptaciones de novelas de Stephen King, dos de ellas enclavadas en el drama carcelario –Cadena perpetua (1994) y La milla verde (1999)– y esta La niebla, perteneciente al género en el que más cómodo se siente el escritor de Maine. Basada en la novela homónima de 1983, la historia, de marcado carácter apocalíptico, cuenta cómo el día después de una violenta tormenta, los habitantes de un pequeño pueblo de Maine ven cómo este es invadido por una espesa niebla que parece albergar en su interior todo tipo de monstruosas criaturas sedientas de sangre humana. Un grupo de vecinos se refugia en el interior de un supermercado, donde, al mismo tiempo que tienen que luchar por su supervivencia ante el ataque de los monstruos, también se las tiene que ver con una amenaza aún mayor, la del fanatismo religioso, representado en la señora Carmody, una desquiciada mujer que, convencida de que esos fenómenos son el comienzo del Apocalipsis que castiga a la humanidad por sus pecados, empieza a ganarse el seguimiento de muchos de los refugiados en la tienda, creando dos bandos enfrentados que hacen insostenible la convivencia bajo el mismo techo. Estamos ante un Stephen King en estado puro, con personajes de carne y hueso enfrentados a dilemas morales extremos y situaciones sobrenaturales. La niebla, pese a su condición de serie B (perfectamente la podría haber dirigido John Carpenter en sus mejores tiempos), puede presumir de tener un acabado visual impecable, con una puesta en escena espectacular que deja para el recuerdo imágenes impactantes, que parecen capturar, al mismo tiempo, el universo de Lovecraft, apoyándose en una excelente labor de los especialistas en efectos especiales, capaces de dar vida a una gran variedad de monstruos, y en los subjetivos acordes del tema The Host of Seraphin, del grupo australiano Dead Can Dance, definido como un himno fúnebre por la humanidad. Esta música funciona como perfecto acompañamiento a uno de los finales más desoladores y valientes que el cine de terror nos ha regalado en toda su historia, que traiciona al de la novela, revelándose como el mayor acierto de la función, ya que deja al espectador en estado de shock. Del mismo modo, los personajes están mejor desarrollados en la película, beneficiándose de unos buenos trabajos de todos sus actores (Thomas Jane pocas veces ha estado tan convincente), pero destacando, sobre todos ellos, una Marcia Gay Harden fabulosa, capaz de generar con su peligrosa locura más miedo que la propia niebla. Un título de culto que no gozó de la acogida merecida en su momento, pero que el tiempo está colocando en su sitio entre las mejores cintas de horror de lo que va de siglo.

7.- El faro (The Lighthouse, 2019), de Robert Eggers

Cuatro años después de su impresionante debut en la dirección con La bruja (The Witch, 2015), Robert Eggers demostró que con aquella película no había sonado la flauta por casualidad, realizando una segunda obra maestra, El faro, aún más radical y a contracorriente de las modas del género que aquella. Planteada por Max Eggers (hermano del director y coguionista), en sus orígenes, como una versión contemporánea de un relato homónimo de Edgar Allan Poe, la entrada de Robert Eggers en el libreto hizo que se eliminase cualquier referencia a la obra de Poe para adoptar la forma de un oscuro cuento de terror psicológico, ambientado en una isla Nueva Inglaterra de finales del siglo XIX. La historia sigue los pasos de dos hombres, el farero Thomas Wake (Willem Dafoe) y su joven ayudante, Ephraim Winslow (Robert Pattinson), encargados de mantener un faro hasta la llegada del siguiente relevo, que se produciría en cuatro semanas. La convivencia en el día a día entre ambos guardianes se torna en muy difícil, a causa del desgaste provocado por el aislamiento, el queroseno que beben y unas personalidades atormentadas y tan explosivas que terminan chocando de forma dramática. Rodada en espectacular blanco y negro –la fotografía de Jarin Blaschke, nominada al Oscar (una única mención para un filme que merecía más presencia en los premios), le otorga una apariencia marcadamente pictórica a la película, donde cada imagen parece un cuadro en movimiento, inspirándose en artistas como Sasha Schneider o Jean Delville–, y en formato 4:3, la película está repleta de momentos oníricos –la inquietante presencia de una gaviota tuerta, la escena de sexo entre Winslow y una sirena, las visiones de amenazadores tentáculos en el faro– y numerosas referencias a la mitología marítima, que juegan a confundir realidad con las alucinaciones derivadas de la locura en la que van cayendo sus protagonistas, con una fuerza visual que nos retrotrae al expresionismo alemán y al cine de Carl Theodor Dreyer. No es El faro una obra fácil. Para disfrutar de su genialidad hay que aceptar sus normas, una atmósfera febril, rayana en un surrealismo casi buñueliano, y unos personajes excéntricos y chabacanos a los que Willem Dafoe y Robert Pattinson se entregan en cuerpo y alma, ofreciendo unas composiciones deliberadamente histriónicas. Es en este apasionante duelo interpretativo –en el que el antiguo protagonista de Crepúsculo parecía tener las de perder ante un titán como Dafoe, pero termina demostrando ser un actor excelso, a la altura de su rival–, donde la cinta de Eggers encuentra su mejor baza.

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