jueves, 9 de mayo de 2019

Trágicos destinos de los pilotos de dos películas pioneras

L'equipage (1935) de Anatole Litvak y Au grand balcon (1949) de Henri Decoin, disponibles en DVD, permiten descubrir que también en el cine francés películas de aviones, repletas de escenas aéreas y de rivalidades masculinas.
Se les llamó carteros volantes. En los años 1920, salían de Toulouse, con unos aparatos que databan de la I Guerra Mundial. Sobrevolaban los Pirineos, a pesar del hielo en las alas de sus aviones, que a veces los hacía estrellarse. Después, fueron al Sahara, esta vez con la arena colándose en sus motores. ¿Su sueño? Ganar un día, Dakar. Posteriormente, la cordillera andina y la América latina... Esta epopeya que evoca, con una emoción perceptible en la voz, el historiador Olivier Margot en el comentario que realiza para el DVD de Au gran balcón, recientemente restaurado por Pathé.
Entre los años 1920 y 1930, la Aéropostale –antecesora de la actual Air France-, era la encargada de transportar el correo de un país a otro, en un tiempo record, galvanizando la imaginación de las multitudes. Y los pilotos, esos aventureros, esos temerarios, esos caballeros del cielo, cuya vida podía ser muy corta, eran venerados como hoy a los jugadores de fútbol. Se llamaban Antoine de Saint-Exupéry, Henri Guillaumet, André Parayre, Emile Barrière… "No creo que haya existido ninguna aventura mayor que la protagonizada por Aéropostale", dice Olivier Margot. Antes de concluir con un hermoso ímpetu poético: "Uno puede preguntarse, tantos fueron los muertos, a dónde fueron: al azul del mar o del cielo".
Au grand balcon (1949)
El hombre que no sonreía jamás
Cuando Henri Decoin, el director de Au grand balcon, se había convertido en piloto, recuerda su hijo, el novelista Didier Decoin, para escapar del infierno de Verdún. "En ese momento, la vida de un aviador se estimaba en diez días. El de un soldado de infantería de diez minutos. La elección fue fácil."
Au grand balcon, escrita y dialogada por Joseph Kessel quien también le conocía por amistad y a través de la aviación, es formidable (salvo, quizás, los momentos exóticos, localizados en África del norte). El ritmo es espectacular y contrariamente, a las grandes películas de Hollywood sobre el mismo tema, completamente desprovista de sentimentalismo. Los personajes están obsesionados solo por un objetivo: llevar el correo a menudo carente de importancia -a veces, simple publicidad-, superando todos los obstáculos. Tienen que pasar, pasar con toda la fuerza, pasar a toda costa, pasar sin tener en cuenta su propia vida... Pierre Fresnay, extraordinario en su papel de jefe tiránico y aparentemente insensible, evoca la figura de Didier Daurat "que nunca sonrió", dice Olivier Margot. Mientras Georges Marchal, guapo, rubio y varonil, recuerda, obviamente, a Jean Mermoz, amigo de Kessel, tan estimado por sus compañeros que a su muerte, en 1936, dirá un piloto de aquellos que también lo harán como ellos, desaparecido en accidente: "Al menos murieron con él..."
Georges Marchal es un seductor tan convincente que arrastra todos los corazones tras él, tanto hombres como mujeres, hace al muy insignificante Jean-Pierre Aumont en L'Equipage (1935), otro himno a la aviación, otro guión de Joseph Kessel, inspirado en una de sus novelas, otra película reeditada, en estos días, por Pathé.
Afortunadamente, este melodrama (un oficial se convierte en el amante de una mujer que descubre está casada con su superior) está dirigida por Anatole Litvak. En su ahora famoso documental Voyages à travers le cinéma français, Bertrand Tavernier la sitúa en la categoría de las grandes "olvidadas" del cine. La prueba: según él, no hay una entrevista seria con este cineasta de origen ruso que, después de su estancia en Francia en la década de 1930 (su Sueños de príncipe (Mayerling) con Charles Boyer y Danielle Darrieux fue un triunfo, en 1936) se trasladará a Hollywood, donde dirigirá a estrellas como Tyrone Power, Bette Davis, Kirk Douglas, Henry Fonda e Ingrid Bergman.
L'Equipage (1935)
Charles Vanel, humillado y ofendido
En L’Equipage, él trasciende constantemente la trama. Domina las escenas de combates aéreos, increíbles para la época, pero también los episodios sentimentales: filmando a Annabella como nadie lo haría, antes y después de él, transformándola en una heroína trágica, cegada por una pasión egoísta. Lo que se refleja un movimiento de cámara excelente donde la vemos, amurallado en su dolor, cruzado, sin verlos, los muertos vivientes, los supervivientes del combate...
Último activo de L'Equipage: Charles Vanel. Se le recuerda por La belle équipe (1936), dirigida por Julien Duvivier (compañero de Gabin), El salario del miedo (Le salaire de la peur, 1953), como el camionero ansioso), Las diabólicas (Les diaboliques, 1955), en el papel del terco inspector, La verdad (La vérité, 1960),  estas tres últimas dirigidas por H.G. Clouzot, como el benévolo abogado de Bardot). Aquí, interpreta  al marido de Annabella un ser patético, humillado y ofendid, como vemos a menudo en la literatura rusa. Definitivamente, es uno de los actores franceses más prestigiosos. Capaz de aportar a cada personaje una parte del alma. Como es el caso hoy de Gérard Depardieu.

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