jueves, 16 de noviembre de 2017

Biografías de cine: Jean-Pierre Melville (II)

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Tras unos comienzos difíciles, su valor comenzó a ser reconocido por una legión de seguidores, lo que le lleva a realizar una serie de películas, entre las que destaca Bob el jugador (Bob le flambeur, 1956), protagonizada por Roger Duchesne, un célebre actor durante la década de 1930, pero que había caído en desgracia al haber sido arrestado mientras se escondía en París, el 27 de septiembre de 1944, acusado de haber trabajado para la Gestapo. Primera película de gángsters de Jean-Pierre Melville. La acción dramática tiene lugar en Paris en 1955. Robert Montaigné (Duchesne), más conocido por su apodo “Bob, le flambeur”, tiene unos 45 años, vive en Montmartre (el salón de su casa domina una perspectiva presidida por la fachada principal de la Basílica del Sacré Coeur), peina cabellos blancos, viste con sobria elegancia y es tratado con reconocimiento y respeto por todos los que le conocen. Su reparto incluía también a  Daniel Cauchy, como el adulador Paulo, y a la recién llegada Isabelle Corey como la tentadora Anne. Aunque la película no fue un gran éxito, sin embargo, una de las favoritas de los aficionados que frecuentaban la Cinémathèque Français de Henri Langlois. Entre ellos se encontraban los jóvenes cineasta Jean-Luc Godard y François Truffaut, el último de los cuales utilizó al actor Guy Decomble (El comisario Ledru) de Bob el jugador en sus Los 400 golpes (1959) que marcó el comienzo de la era de la Nouvelle Vague. Unos nuevos realizadores reaccionaron contra las estructuras que el cine francés imponía hasta ese momento y, consecuentemente postularon como máxima aspiración, no sólo la libertad de expresión, sino también libertad técnica en el campo de la producción fílmica. En pocas palabras, Melville se negó a seguir las reglas y ellos lo siguieron. 
En retrospectiva, Bob el jugador parece sencillo: un mafioso reformado convertido en apostador de alto riesgo sale de su retiro para obtener un último trabajo. Su genio radica en su simplicidad. Melville admiraba la cultura estadounidense, como su alias indicaba. Condujo por París en un enorme Cadillac, luciendo un sombrero Stetson y gafas de sol de aviador. Bebió Coca-Cola y escuchó la radio estadounidense. Las obras de los directores estadounidenses John Ford y Howard Hawks le atraían, ya que eran sagas eternas de héroes y villanos. Melville se esforzó por construir su propio panteón mezclando el ethos estadounidense con sus sensibilidades de posguerra. Según lo percibió, fue América la que rescató valientemente a Francia de la ocupación alemana. Aún así, para un joven con raíces alsacianas, la línea que separaba a los buenos y a los malos había sido violada, y uno puede ver esta desilusión a partir de Le silence de la mer (1949). 
Por lo tanto, mientras tomaba prestado de la revolución del cine negro estadounidense contra las creaciones dicotómicas de Hollywood de la década de 1930, el artista estaba forjando su propia marca apócrifa de oscura tragedia. En su paradigma, un delincuente podría ser una especie de héroe dentro de su entorno, siempre y cuando se apegara a su palabra y sus lealtades. Fue su estilo personal y su adhesión al código de honor lo que definió a un "buen tipo"; por el contrario, fue su fe en los demás lo que fue su perdición. Es un universo sin posibilidad de salvación, en el que el amor y la amistad son interludios breves en el juegos del gato y el ratón que conducen a cierta destrucción. En ese sentido, Bob es un eslabón crucial entre Pépé le Moko (1937) de Julien Duvivier y Al final de la escapada (À bout de souffle, 1960) de Jean-Luc Godard, en el que Melville hizo un brillante cameo. 
Jean-Pierre Melville es a menudo considerado como el padrino de la Nouvelle Vague. Sin embargo, vale la pena mencionar que de no haber sido por su pasión por el cine estadounidense antes mencionado, podría habernos mostrado un Bob el jugador muy diferente. Originalmente concebida como una película de duros gángsters, la trama dio paso a la planificación de un robo, Melville se vio obligado a repensar su narrativa después de ver La jungla de asfalto (The Asphalt Jungle, 1950), de John Huston. Fue solo entonces cuando tuvo la idea de convertir a Bob en el  gánster de buenos modales que tanto deleitaba a los cinéfilos de la época. 
Por esta y otras deudas de gratitud, su siguiente película, Dos hombres en Manhattan (Deux hommes dans Manhattan, 1959), fue "una carta de amor a Nueva York" y a la América que veneraba. También fue su tercer fracaso consecutivo en taquilla, y causó que Melville se separara de de la Nouvelle Vague, movimiento que se sentía estaba dirigido a un publico selecto de entendidos de cine. Por ello dijo: "Si ... he consentido en pasar por un tiempo como su padre adoptivo, ya no lo deseo más, y he puesto cierta distancia entre nosotros". 
El primer paso en esta división vino con Léon Morin, sacerdote (Léon Morin, prêtre, 1961), basada en la novela de Béatrix Beck, una película bélica sobre los esfuerzos de un sacerdote para llevar la redención a los habitantes de una pequeña ciudad. Producida por Carlo Ponti, contó con un  gran presupuesto y con las actuaciones protagonistas de Jean-Paul Belmondo y Emmanuelle Riva, ambos nombres muy conocidos por entonces. 
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