domingo, 30 de septiembre de 2018

Para ver The Sisters Bbrothers, un western tan mágico como aterrador

Adaptando la novela del canadiense Patrick deWitt, Jacques Audiard dirige una nueva obra, con el formato de un cuento, su película más íntima hasta la fecha.
En la noche, disparos en la distancia. Dos tipos rodean una casa dispararando. Son las hermanos Sisters, Charlie y Eli, asesinos a sueldo, haciendo su trabajo. Sin piedad, llegan lo suficientemente rápido para sus fines. Aunque ha habido más problemas de lo esperado, pero se ríen. Eli (John C. Reilly), el mayor, sin embargo se entristece cuando ve que el granero se incendia y que un caballo devorado por las llamas galopa, en el colmo del suplicio. Visión terrorífica. Que Eli sea sensible nos tranquiliza un poco: al menos todavía hay signos de humanidad.
El mundo de Oregon en 1851 es ciertamente bárbaro, injusto, gobernado por la violencia. La misma que siempre ha estado en el corazón del cine de Jacques Audiard. Pero esta vez, con nuevas notas de truculencia y ternura se añaden a la narración. Al adaptar la novela canadiense Patrick deWitt, el director de Un profeta (Un prophète, 2009), optó por un recorrido iniciático con acentos picarescos -a veces tenemos la impresión de ver resurgir el legendario duo de como ver aparecer al legendario dúo de Don Quijote y Sancho Panza. Estos hermanos Sisters, apellido por lo menos perturbador, son rudos vaqueros que a veces hablan como marqueses, tienen mucho cuidado a la hora de cortarse el pelo y discuten como niños. En el origen de estas artimañas se trata, a menudo, de una cuestión de poder, de responsabilidad, en relación con el lugar de cada uno en la hermandad. Es el más joven (Joaquin Phoenix), más impetuoso, quien asumió el papel de líder. ¿Por qué ? ¿Es tan fuerte? Y Eli, ¿es tan débil?
Un marco ingenioso
Aclaraciones vendrán, transmitidas por otras preguntas. El marco de The Sisters Brothers es ingenioso. Porque la evolución de los hermanos se basa en su confrontación con otro tándem, muy original, al que seguimos en paralelo de camino a California. Morris (Jake Gyllenhaal) es un detective erudito bien informado que lleva un registro donde cita a Thoreau. Siguiendo los pasos de Warm (Rice Ahmed), un buscador de oro "de piel mate y sucio comiendo come" cuya ciencia y espíritu visionario brillan como las pepitas que codicia. Morris necesita vigilarlo mientras espera que los hermanos Sisters desembarquen para eliminarlo. Pero nada sucederá según lo planeado. Además de sus interrupciones de tono, la historia sorprende por sus giros, que relanzan la acción hacia nuevas apuestas. Pronto, los dúos se funden en un cuarteto curioso, donde todos, los amables, los violentos, los dandy, los idealistas, cuestionan su propia imagen.
Hay tantos motivos personales como fantásticos en este western, que logra despegar hacia la alegoría histórica y política, mientras evoca al mismo tiempo la ferocidad mafiosa de un magnate oscuro (a través de la figura del Comodoro, el empleador de los hermanos), la fiebre del oro, pero también la sed de utopía, el sueño de una sociedad alternativa, pacificada. Sobre el uso neófito del cepillo de dientes, el asombrado descubrimiento de la gran ciudad y sus comodidades, la película encuentra la sinceridad del cuento. Un cuento mágico -magia pura como la escena de la aparición del oro en el río- a veces aterrador: las pesadillas dominadas por la monstruosidad del padre de los Sisters. Incluso sucede que estos dos registros extremos se encuentran. Cuando, por ejemplo, una araña se introduce en la boca abierta de Eli dormioa. El siguiente es asombroso: en algunos planes elípticos, el cineasta nos hace sentir la agonía y la robustez hercúlea del vaquero.
Una miríada de momentos inolvidables
El jefe del salón transexual, la prostituta emocional: los personajes femeninos, aunque efímeros, también son fabulosos. Desde el punto de vista narrativo y plástico, esta aventura es rica, variada, pero sin fanfarronería. Paradójicamente, con esta película, la más cara que ha filmado, servida por un prestigioso elenco de actores (todos impecables), el director, es tal vez el más íntimo, el menos espectacular. No hay gran cañón, ni cabalgadas. Pero si pequeños rincones de la naturaleza, sentimientos, personajes con muchas facetas, una miríada de momentos inolvidables. Como esta: la caricia del sol, una cortina que se mueve, levantada por un viento ligero. La paz también puede ser una sensación fuerte.

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