viernes, 1 de marzo de 2019

¿Llorar en el cine?

En las últimas semanas, el espectador ha tenido muchas oportunidades para derramar algunas lágrimas. El problema es cuando algunos directores intentan a toda costa despertar tales emociones...
En La rosa púrpura de El Cairo (The Purple Rose of Cairo, 1985), Woody Allen pintó a la América de la crisis de los años 1930, donde las multitudes, para olvidar su miseria, se apresuraban a soñar con Fred Astaire y reírse con los hermanos Marx. La actualidad, también en crisis, nos refugiamos en las lágrimas. ¿Hemos llorado últimamente en el cine? con Amanda (2018), de Mikhaël Hers, por ejemplo, Vincent Lacoste no hace más que sollozar. No sin razón: su hermana murió en un ataque terrorista y aquí está, joven, asustado y heredando a su sobrina. Una adorable niña de 8 años que oculta su angustia por ser abandonada vertiendo también lágrimas, cuando está en Wimbledon, donde su tenista favorito amenaza con perder. Entre la niña y su tío, la pantalla está empapada de lágrimas...
Amanda (2018)
Estas se reflejan en las pantallas que proyectan En buenas manos (Pupille, 2018), de Jeanne Herry. Cuando el bebé abandonado, después de ser observado con ternura por Gilles Lellouche, finalmente llega a los brazos de su madre adoptiva, un verdadero aguacero sacude las butacas. Asesoramiento para aquellos que se preparan para ver la película después de sus numerosas nominaciones a los César: traer Kleenex por cajas. No, por cientos. Porque, como un oyente, visiblemente muy sensible, escribió: "No puedo ver un fragmento de esta película sin que mis ojos se conviertan en un río."
En buenas manos (2018)
Hacer llorar: ese fue el objetivo de los productores de El regreso de Ben (Ben is back, 2018), dirigida por Peter Hedges y estrenada en España el 5 de diciembre de 2018. Imaginen a un joven drogadicto en camino para pasar la Navidad con su familia. Un ex proveedor, escoria, a quien le debe dinero aprovecha la misa del gallo, para secuestrar a Ponce, el perrito de la familia. Y aquí está el adolescente, en busca de redención, convirtiéndose en un vengador... Emoción garantizada. Pero para acentuarla, Peter Hedges, su director, decide filmar su improbable melodrama cámara al hombro. A riesgo de causar molestias, y después, el aburrimiento. Y como Julia Roberts (la madre) está obsesionada ("Quiero mi Oscar, quiero mi Oscar, quiero mi Oscar"), ella alterna gritos y sonrisas, amenazas y gemidos.
El regreso de Ben (2018)
Facilidades que están absolutamente prohibidas a David Roux. Su primer largometraje, L’Ordre des médecins (2018), aun no estrenada en España, es un modelo de delicadeza, modestia y rigor. Dios sabe que su guión -un joven médico indiferente al dolor de los demás se enfrenta a la enfermedad de su madre-, no anunciaba nada nuevo. Pero cuando, por un breve momento, Mathilde (Marthe Keller) tartamudea palabras que revelan su miedo a la nada, se disculpa de inmediato, como si estuvieran de más, como si hubiera mostrado una debilidad indecente. Y en lugar de mostrar la confusión de su héroe, el director prefiere filmar a Jérémie Rénier, apoyado, solo, contra una pared. O enfocar varias veces a el sótano del hospital, perseguido por su inconsciente... En David Roux, la emoción es, por lo tanto, omnipresente, pero restringida, calculada, como mantenida a raya por un deseo de rigor moral y estético. 
 L’Ordre des médecins (2018)
Este era el caso de Rak (cáncer, en ruso), realizado en 1972 por Charles Belmont, con Sami Frey y Lila Kedrova, ambos geniales. Nos gustaría ver de nuevo esta oda a una madre moribunda que poco a poco se convierte en un alegato contra el trato y los modales y el hospitalarios de la época...
Rak (1972)

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