lunes, 8 de octubre de 2018

I Feel Good: detrás de la sátira despiadada, poesía y ternura

Convencido de tener una idea que le hará rico, un hombre se integra en una comunidad Emaús. Jean Dujardin está perfecto en I Feel Good (2018). 
Jacques sólo tiene una obsesión: hacerse rico. Como Bill Gates o Bernard Tapie. En un gran cuaderno, ha fabricado un ridículo album con sus fotos. Este pobre tipo que cree firmemente en el milagro de la economía liberal es un cretino, un inútil. Cuando aterriza en una comunidad Emaús, cerca de Pau, dirigida por su hermana, Solange, piensa haber encontrado, por fin, la gran idea. La que va a revolucionar la vida de los pobres, y que que todo va a cambiar para él. 
Benoît Delépine y Gustave Kervern habían filmado hasta ahora a unos héroes desafortunados la senda de la sociedad de consumo para incorporarse a los caminos de la anarquía y la ternura. No es de extrañar que, para su octava película, muestren una auténtica comunidad de Emaús, que ofrece una segunda vida a los objetos (a los que ya nadie repara). Este basurero gigante los inspira: su puesta en escena rara vez ha sido tan elegante y poética. Cada plano está meticulosamente realizado. Las montañas de viejas perchas o bicicletas donde trabajan voluntarios parecen salir de una vieja Polaroid de nuestra infancia, siempre listas para pedalear... En su forma misma, esta fábula chirriante proclama que todo es reciclable y que puede seguir siendo útil y hermoso.
Una gran interpretación de Jean Dujardin
La propuesta mezcla la denuncia del mito del éxito individual y el manifiesto de la belleza interior. La solidaridad de Solange, un alma buena discípula del Abbé Pierre (Yolande ­Moreau, genial), se enfrenta a la psicosis liberal de su hermano. Pues Jacques está malo: en bata de baño y zapatillas o con un traje de segunda mano, solo bajo la lluvia, soliloquia, formulando proyectos empresariales absurdas y sin sentido.
Un gran papel para Jean Dujardin. Convertido en un experto en interpretar a idiotas, el actor le confiere a su personaje una sutileza patética sin precedentes, con, en la mirada, una fijeza inquietante. Es necesario un tratamiento para este tipo, si es preciso varios al mismo tiempo. El tratamiento de choque tendrá lugar finalmente en un país de la antigua Unión Soviética, donde los directores mezclan las cenizas de las ideologías con la comedia más sangrante. Antes de una sorpresa final, emocionante, que hace que tengamos un furioso deseo de que otro mundo es posible...

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