sábado, 9 de mayo de 2015

Biografías de cine: Orson Welles (III)

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El proceso (The Trial, 1962), una producción franco-italo-alemana se rodó en París y Zagreb. Muy admirada en el momento de su estreno, vista ahora resulta una de las obras menos logradas de su autor. Sus evidentes discrepancias filosóficas con Kafka dan lugar no sólo a algunas interesantes tensiones, sino también a un exceso de debates.Para tratarse de una película de Orson Welles, contiene demasiados diálogos. Desde el punto de vista vsual se trata, sin embargo, de un trabajo notable. Buena parte de El proceso se rodó en los edificios abandonados de la Gare D'Orsay de París; y la vieja estación de ferrocarril, bañada frecuentemente por la niebla, proporciona imágenes de gran impacto y brillantez. El ensayista y crítico de cine Manuel Villegas López comentó sobre la película: "La realización es la mejor de Welles, aunténticamente genial. Todo lo que Welles había hecho en su obra y lo que aún no había hecho está manejado aquí con nuna precisión, una fuerza y una oscura y terrible poesía que no tienen igual. Esta larga narración de todas las pasividades cobra su dinamismo frenético, siempre creciente, y un gigantesco ritmo de moderna epopeya. La cámara se mueve continuamente, cambiando los ángulos, en busca de de la mirada más expresiva para cada instante. Los movimientos escénicos marchan siempre por su secreto laberinto, las luces juegan sin cesar sus ademanes modeladores, moduladores de la imagen, mientras la música da otra dimensión. A lo largo de cada escena y secuencia, la ansiedad del absurdo va creciendo constantemente, hasta llegar a un paroxismo casi histérico, donde estalla la situación disparatada, con lo que conduce en etapas de sin solución de continuidad el crescendo total del filme, hasta estos dos valores fundamentales: el absurdo y la angustia increibles, de pesadilla. Diríamos algebraicas, allí donde cada hombre sólo es un número para llenar la fórmula. Esa fórmula donde, por ejemplo, al exterminio total de los judíos se le pudo llamar 'la solución definitiva'." La película contó con Anthony Perkins, Romy Schneider, Jeanne Moreau, Orson Welles, Elsa Martinelli y Akim Tamiroff en los papeles principales. Fue galardonada con el Premio de los Críticos 1964 a la mejor película (Orson Welles). Charles Chaplin dijo en su día: ...esta es la cumbre del arte cinematográfico, refiriéndose a esta producción.
Gracias al español Emiliano Piedra y a financieros suizos, Welles pudo volver a Shakespeare en una película que es quizás su mejor obras después de Ciudadano Kane, Campanadas a medianoche (Falstaff-Chimes at Midnight, 1966). Se trata de una adaptación tan fiel y brillante que ni tan siquiera los especialistas en shakesperianos más exigentes pueden encontrarle defectos. Welles recopiló escenas de Enrique IV, Enrique V, Ricardo II y Las alegres comadres de Windsor, así como comentarios extraídos de las crónicas del historiador isabelino Holinshed, para crear un texto totalmente nuevo que podría haberse titulado "La tragedia de Sir John Falstaff". 
Sin distorsionar la visión esencialmente cómica del personaje que dio Shakespeare, Welles supo crear un nuevo ser de ficción de heroico sentido del humor y gran bondad y generosidad, quizás con algunos defectos, pero finalmente trágico al negarse a comprender y aceptar la ingratitud de los grandes y poderosos. Recibió un premio técnico en el Festival Internacional de Cine de Cannes y nominada a la Palma de Oro. también fue nominada a los BAFTA en la categoría de mejor película y ganó el premio a la mejor película del Círculo de Escritores Cinematográficos de España.
A lo largo de su carrera Welles ha trabajado infatigablemente como actor, interpretando muchas veces dos y tres películas por año. Algunas de sus actuaciones, como las de Alma rebelde (Jane Eyre, 1943), El tercer hombre (The Third Man, 1949), Impulso criminal (Compulsion, 1959) y Trampa 22 (Catch-22, 1970) resultan memorables, pero todas están llenas de inteligencia y sentido del humor. Muchas veces la predisposición de Welles a aceptar papeles en películas menores o incluso a protagonizar anuncios de televisión le hicieron parecer cínico en interesado exclusivamente en el dinero. Sin embargo, su majestuosa e impecable interpretación de Falstaff demuestra que, por mucho que prostituyera su talento al servicio de creadores de segunda fila, en opinión de algunos, supo conservar intactas sus grandes dotes como actor.

Una historia inmortal (Une histoire inmortelle, 1968), adaptación de un cuento Isak Dinisen [seudónimo de la baronesa Karen Blixen, más conocida por su obra Memorias de África (Den afrikanske Farm, 1937)] le proporcionó la oportunidad de interpretar a uno de esos monstruos a los que tanto amaba: un hombre entre Kane y Arkadin, rico y poderoso, pero atormentado por una secreta sensación de insatisfacción. Este hombre mayor, Mr. Clay, es la encarnación de la leyenda tradicional de los marineros sobre un hombre acaudalado de Macao que invita a un marinero joven a acostarse con su bella esposa (interpretada por Jeanne Moreau), y a cumplir las funciones maritales de las que es incapaz. Breve, clásica y casi perfecta, esta película fue la última historia normal que Welles logró completar.
A continuación prosiguió su peregrinaje por todo el mundo. Trabajó como actor en Waterloo (1970), del ruso Bondarchuck, y en La década prodigiosa (La decade prodigieuse, 1971), del francés Chabrol. Su voz, rica e inimitable, y su espléndida dicción le valieron ser contratado para leer el comentario de numerosas películas y así entró en contacto con François Reichenbach. De su colaboración nació la deliciosa y enigmática Fraude (Fake/Question Mark, 1973).

Welles se sintió fascinado por algún material rodado en 16 mmm. por Reichenbach para una serie de televisión sobre grandes estafadores, en el que aparecían el famoso falsificador de obras de arte Elmyr de Hory y Cliford Irving, que se hizo célebre como autor de la falsa autobiografía de Howard Hughes. A estos dos grandes fraudes, Welles añadió los suyos propios (entre los que incluyó la transmisión radiofónica de La guerra de los mundos, que treinta años antes, había conseguido convencer a los norteamericanos de que su país habiasido invadido por los marcianos). Welles manejaba sabiamente estos materiales para conducir al espectador por un fascinante laberinto en el que la verdad y la mentira van de la mano.
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