jueves, 7 de febrero de 2019

Para ver: Largo viaje hacia la noche

Largo viaje hacia la noche (Di qiu zui hou de ye wan, 2018), dirigida por Bi Gan, una aventura onírica y etérea. Una vocación nacida por azar, una primera película rodada con tres mil euros y vista por 2 millones de personas, una segunda, magnífica y presentada en el Festival de Cannes... Por el director Bi Gan, el ésito está casi asegurado. 
A sus 29 años, Bi Gan combina el doble estatus de joven prodigio y triunfador. En una entrevista, este cineasta chino con rostro regordete sonríe tímidamente, responde lacónico o con evasivas. ¿Brecha cultural? Si se le pregunta cómo se convirtió en cineasta, cuál fue el encuentro decisivo, sigue siendo vago, reduciendo su vocación "al azar". Después de hacer varios trabajos ocasionales, ayudar a su madre en su peluquería o trabajar como artificiero para volar rocas en las montañas sobre su casa, se inscribió en una escuela de capacitación en comunicación para la televisión, sin mucha convicción ni ambición. Se saltaba muchas clases, para ir al cine. Y fue mientras descubría las películas de Andrei Tarkovski y Hou Hsiao-hsien cuando quiso convertirse en cineasta.
Creció en Kaili, una ciudad en Guizhou, una provincia pobre en el suroeste de China. Es allí donde realizó sus dos largometrajes, bajo condiciones muy diferentes. Kaili Blues (Lu bian ye can) es una elegante road movie estrenada en 2015 y acunada con poemas escritos por su mano, fue con  rodada con un presupuesto de 3.000 euros prestados por su madre y su tío, uno de los interpretes. Premiado en el Festival de Locarno, Festival de Locarno como mejor director emergente, este primer reconocimiento lo elevó de inmediato al rango de cineastas ultra prometedores y aclamado por la crítica. 
Su segundo largometraje, motivo de esta entrada, Largo viaje hacia la noche, (literalmente del chino, Última noche en la Tierra), cuenta la historia de Luo Hongwu, un hombre que regresa a la ciudad natal de la que huyó mucho tiempo atrás. Allí busca el recuerdo de la mujer a la que ama -ella dijo que su nombre era Wan Quiwen-, pero su rastro por los rincones de su juventud se confunde con el sueño que le envuelve cuando entra a un cine local a ver una película en tres dimensiones. Esa segunda mitad de la película es un prodigioso plano secuencia de más de cuarenta minutos en 3D que se mueve por tierra, agua y aire; un desafío técnico que arrastra al espectador al centro de la fantasía nostálgica del personaje. Una película densa, pero una de las más atractivas para los amantes del cine.

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