jueves, 2 de septiembre de 2021

Las mejores películas de Steven Spielberg (III)

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Tras una colaboración en la cinta En los límites de la realidad (Twilight Zone: The Movie, 1983), estupenda actualización de la célebre serie de los años 1950 y 1960, Dimensión desconocida (Twilight Zone) donde se ocupó de dirigir un sentimental episodio de ancianos que volvían a la infancia, bastante eclipsado a día de hoy por los ofrecidos por sus compañeros Joe Dante, John Landis y, sobre todo, George Miller —aquel que tenía como protagonista a un desatado John Lithgow, aterrorizado por la visión, a través de la ventanilla de su avión, de una extraña criatura en el ala, saboteando el motor—, Spielberg se embarcaría en la primera secuela de su carrera, Indiana Jones y el templo maldito (Indiana Jones and the Temple of Doom, 1984). Una aventura trepidante que posee uno de los prólogos más memorables del género, comenzando con una caótica pelea en un local de Shanghai que termina en persecución automovilística por sus callejuelas, y un posterior vuelo accidentado en avioneta que culmina con los protagonistas en la India. En esta continuación, Harrison Ford se volvió a mostrar en plena forma para manejar el látigo, viéndose acompañado en su aventura por una chica un tanto torpe (divertidísima Kate Capshaw) y Tapón, un pequeño ladrón callejero -Jonathan Ke Quan, el chico asiático de Los Goonies (1985), de Richard Donner-. Spielberg potencia aquí el sentido del espectáculo, llenado su relato de secuencias de peligro límite —inolvidables las del puente colgante o la de las vagonetas en la mina—, pero también de mucho más sentido del humor, presente en la relación entre Indy y la corista Willie, deudora del slapstick de aquellas comedias románticas de los años 1930 y 1940, con la guerra de sexos como principal motor de las risas, o en momentos como los del banquete a base de exquisiteces como el famoso sorbete de sesos de mono. También se reveló como una cinta más violenta, siendo recordada en este aspecto por una macabra escena de sacrificio con corazón arrancado que rompía el tono “familiar” del conjunto. La crítica no respondió tan positivamente como lo hizo con En busca del arca perdida, pero el público salió encantado de la experiencia, lo que se tradujo en 333 millones de dólares recaudados en unas taquillas de las que, por aquellos años, Spielberg ya era el amo y señor.
Indiana Jones y el templo maldito (1984)
A estas alturas de su carrera, el director comenzaba ya a plantearse otros retos más alejados del cine espectáculo, unos que le confirmasen, al fin, como cineasta “serio”. Una novela de Alice Walker, ganadora del Premio Pulitzer en 1983, parecía un material perfecto para que Spielberg pusiera en pie su primer drama, El color púrpura (The Color Purple, 1985). Una dura historia, ambientada a principios de siglo XX, sobre una adolescente negra que es vendida por su propio padre a un marido cruel y maltratador (magnífico Danny Glover), que sacó a relucir la faceta más intimista y sentimental del realizador, entregando una contundente crítica al racismo y un poderoso retrato femenino del luminoso personaje de Celie —encarnado con maestría por una Whoopi Goldberg descubierta para el cine en un personaje muy dramático, totalmente alejado de los registros cómicos con los que triunfaría en su trayectoria posterior. El potente plantel de actores negros —Adoph Caesar, Laurence Fishburne, Margaret Avery, Rae Dawn Chong y una sorprendente Ophrah Winfrey—, la música de Quincy Jones y la impresionante fotografía de Allen Daviau contribuyeron a hacer de El color púrpura una obra visualmente prodigiosa, impecable a niveles de producción e interpretación, pero que parte de la crítica no supo valorar, considerando que no estuvo a la altura de la novela. Fue nominada a once Oscar (incluyendo el de mejor película), pero el huracán Memorias de África (Out of Africa, 1985), de Sydney Pollack, 1985), otro drama de gran calibre, arrasó con los premios más importantes, dejando a la película de Spielberg con el deshonroso récord de irse de vacío. La taquilla fue bien (142 millones de dólares sobre un presupuesto de 15), aunque lejos de las cifras multimillonarias de las propuestas más comerciales del director. 
El color púrpura (1985)
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