martes, 22 de agosto de 2017

Biografías de cine: Abel Gance (II)

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Este control se convirtió en una de las características de la obra de Gance, ya que los actores lo reconocían instintivamente y tenían una gran fe en su capacidad como director. Tanto los protagonistas como los extras se entregaban en sus personajes. "¿Qué actor no querría hacer películas con este gran innovador, con este maravilloso director, con este perfeccionista?", se preguntaba Gabriel de Gravone, el actor que Gance utilizó posteriormente en La rueda (La roue, 1923).
Mater Dolorosa y su sucesora, La décima sinfonía (La dixième symphonie, 1918) tuvieron mucho éxito, tanto de crítica como de público. En la segunda, el amigo de Gance, Severin-Mars, interpretaba un papel junto a Emmy Lynn. Su presencia sería crucial en las dos obras maestras que vendrían a continuación. El compositor Enric Damor desconoce totalmente el pasado de su nueva esposa, Eve Dinant, quien vivió libertinamente con un aventurero, Fred Ryce. Ryce encuentra a Claire, hija de Damor, y pretende casarse con ella. Para ello chantajea a Eva. Enric se da cuenta de que hay algo entre ella y Fred y compone una sinfonía para expresar su pena. 
Durante la producción de La décima sinfonía, Gance estaba planteándose rodar su pacifista Yo acuso (J'accuse, 1918). Había estado un breve tiempo movilizado, en la sección cinematográfica del ejército, pero muy pronto se le dio por inútil. Cuando, a pesar de las dificultades financieras por las que atravesaba Le Film d'Art, Charles Pathé le dio permiso para seguir adelante con su proyecto cualquiera que fuese el costo. Gance volvió a unirse a la sección cinematográfica para rodar en los frentes. En el rodaje de Yo acuso se combinaron por primera vez las dos caras de Abel Gance: el cineasta ofreció espectaculares escenas de masas, expresivos primeros planos e incluso efectos de pantalla dividida, que anunciaban ya los de Napoleón, mientras que el escritor visionario, en colaboración con Blaise Cendrars, que había perdido un brazo en la guerra y experimentado todo su horror, ofreció un guión  asombroso por su intensidad y sus ambiciones. 
La base del mismo lo constituía un sencillo triángulo romántico de rivalidad, celos e incomprensión, a partir del cual Gance condena los trágicos malentendidos de la guerra. En un macabro climax de extraordinaria fuerza, el superviviente de los dos anteriores rivales les cuenta a los habitantes de su aldea una visión de la guerra en la que ve los cadáveres levantarse de los campos de batalla para volver a sus hogares. Según él, lo hacen para comprobar si los vivos son merecedores de su sacrificio; y, tal como está contada la historia, Gance muestra el "retorno" de los muertos. Algunos críticos han de argumentado que el mensaje pacifista de la película se ve desdibujado debido a que se muestra su sacrificio como algo justificable. Es posible que así pareciera en 1918; pero, si se piensa en el efecto global de Yo acuso, no cabe la menor duda de la ira y de la oposición de Gance ante el absurdo inhumano de la guerra: "denuncié a la guerra, denuncié a los hombres, denuncié la estupidez universal". 
Fotograma de Yo acuso (1919)
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