miércoles, 6 de septiembre de 2023

Clásicos de cine: Los falsificadores

Los falsificadores (Die Fälscher, 2007), de  Stefan Ruzowitzky

Película basada en hechos reales, que plasmó en un libro Adolf Burger, uno de sus protagonistas. A pesar de ello toma como eje de la trama a otro personaje auténtico, el judío ruso Salomon "Sally" Sorowitsch, falsificador profesional de dinero y documentos, arrestado por la policía en Berlín en 1936. Todo se narra como un largo flash-back, por lo que el espectador conoce de antemano que Sally ha sobrevivido a la guerra. El protagonista irá pasando por distintos campos de concentración y, superviviente nato, se las arregla para sobrevivir gracias a su talento pictórico, gracias al cual pinta retratos y murales que complacen a los nazis. Finalmente Herzog, el propio policía que le arrestó, ahora oficial nazi, lo reclama para que se una a un grupo de judíos, pintores, gente del mundo de las artes gráficas, etcétera, para ejecutar la supersecreta operación Bernhard, consistente en fabricar billetes falsos: primero libras esterlinas, y luego van a la búsqueda del dólar perfecto; la idea es reponer las vacías arcas nazis, y romper la economía aliada. A cambio de su colaboración, estas personas tendrán unas condiciones de vida más suaves que las del resto de compañeros judíos de infortunio.
Aunque se trata de un argumento atractivo, sobre una historia poco conocida de la Segunda Guerra Mundial y los campos de concentración, la película del austríaco Stefan Ruzowitzky, candidata al Oscar, dista de ser perfecta. Le pesa, rítmicamente, su plomiza trama de colaboracionismo a cambio de salvar el pellejo, que recuerda a otro título de similares características, la estadounidense La zona gris (The Grey Zone, 2001), de Tim Blake Nelson. La película se centra en describir al contemporizador personaje del falsificador, bien interpretado por Karl Markovics, pero demasiado frío y ambiguo, pues aunque es obvio que va sobre todo a lo suyo, no puede dejar de afectarle el destino de los que están con él, como es el caso de Kolya, que acaba aquejado de tuberculosis. Se nos quiere hacer reflexionar sobre el difícil, imposible, equilibro entre el instinto de supervivencia y la entrega, a cambio, de la dignidad, todo ello en circunstancias extremas. Pero es un discurso que, tal vez por no querer condicionar al espectador, guarda demasiado las distancias. De tal modo que el personaje de Adolf Burger, el más positivo, que se niega por ejemplo a llevar ropa civil y conserva el pijama a rayas, tampoco resulta muy atractivo, se nos antoja inflexible en exceso en sus intentos por demorar el diseño de los billetes falsos. Otro personaje que se intenta delimitar es el de Herzog, pero se nos ofrecen elementos de él contradictorios, para él sólo parece valer aquello de "todo por la pasta", algo que al final, en el caso de Sally, se descubre escasamente valioso.
En la puesta en escena abunda un tono documental, mucho grano, fotografía quemada y cámara en mano, todo en aras del realismo. Acompaña a las imágenes una partitura inspirada en la música del tango, que contribuye al general tono tristón que impregna toda la película.

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