martes, 18 de mayo de 2021

Montgomery Clift, la cara de ángel caído de Hollywood (II)

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"Él es el único ser que está aún más confundido que yo". Marilyn Monroe
Su carrera lo demuestra. Mientras Brando -no muy claro, tampoco él- se va volando, Clift se estanca: cada vez se rueda menos, lo juzgamos, no sin razón, ingobernable .. John Huston incluso amenaza con despedirlo en el plató de Vidas rebeldes (The Misfits, 1961), una obra maestra oscura sobre tres inadaptados en busca de la ilusión perdida. Sobre Clift, Marilyn Monroe, lúcida y tierna, declarará: "Él es el único ser que está aún más perdido que yo"... Está soberbio en la película, y John Huston lo admitirá, hasta el punto de contratarlo, de nuevo para Freud, pasión secreta (Freud, 1962) - una nueva pesadilla sin fin... Magnífico, también será en los doce minutos que aparece en Los juicios de Núremberg (Judgement at Nuremberg, 1961), de Stanley Kramer, 1962), que le valió su cuarta nominación al Oscar que nunca conseguirá...
Moriría de un infarto a los 45 años. Cuando Elizabeth Taylor, su amiga de toda la vida, pelea como una leona, hasta el punto de renunciar a su (asombroso) salario, para convencer a los productores de que la conviertan en su compañera en Reflejos en un ojo dorado (Reflections in a Golden Eye, 1967), que estaba preparando John Huston. El destino decidirá lo contrario: es Brando, su eterno rival, quien lo sustituirá en la adaptación de la novela de Carson McCullers. 
El actor con Marilyn Monroe y Clark Gable en Vidas rebeldes (1961) de John Huston.

“Mitificamos a James Dean”, dice el editor François Guérif, “y no a Montgomery Clift, quien es, sin embargo, un Dean a la potencia de diez. ¿Por qué? Porque su dolor es tal que quienes lo miran les cuesta soportarlo: es vergonzoso. Tal angustia es única en la historia del cine... "
Si fuera absolutamente necesario convencernos  de su talento, se podría ver - para el su segundo período, el que sigue a su accidente - De repente el último verano, de Joseph L. Mankiewicz, donde interpreta a un neurocirujano. Una especie de vigía cuyas miradas buscan en el alma de Elizabeth Taylor para llevarla, paulatinamente, a la conciencia de los actos sufridos o perpetrados.
Y para el primer período, el de su belleza triunfante, elegir Un lugar al sol (1951), de George Stevens. Para notar mil detalles: su forma de moverse ligeramente encorvada, por ejemplo, acorde con la torpeza del personaje, incómodo con los ricos. O el cambio imperceptible en sus rasgos justo antes de su ejecución, cuando de repente se siente abrumado por la conciencia de su responsabilidad, su culpa, por un asesinato que no cometió, pero que deseaba.
Elizabeth Taylor, Montgomery Clift y Katharine Hepburn en De repente, el último verano (1959), de Joseph L. Mankiewicz 
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