miércoles, 23 de agosto de 2023

"Los chicos de la banda” y “A la caza”: William Friedkin, discreto pionero del cine queer (II)

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Los chicos de la banda es una película precursora, al igual que A la caza (Cruising, 1980), denostado cuando se estrenó pero que se ha convertido en un brillante documento sobre una época y sus lugares. Todo comienza con la obsesión realista de Friedkin. Su guión está inspirado en una serie de asesinatos sin resolver en la comunidad gay de Nueva York, narrados por el periodista Arthur Bell. Y de su reunión con Randy Jurgensen, un policía que se infiltró en la comunidad durante mucho tiempo para sacar a dos asesinos que se hicieron pasar por policías. Último ingrediente, casualidad: en la portada de un periódico, Friedkin reconoce a Paul Bateson, el enfermero que había filmado en El exorcista. Este último ahora está encerrado en Rikers Island por una serie de homicidios… El director lo visita y se entera de los detalles y métodos de su primer asesinato, el de un periodista homosexual.
Los chicos de la banda (1970)
El cineasta tiene a su héroe, pistas sobre la psicología del asesino y escenarios reales, como siempre: una serie de clubes gay privados, orientados al BDSM y el cuero: The Mineshaft (“El pozo de la mina”), The Anvil (“El yunque”), The Eagle's Nest (“El nido del águila”)… Todo lo que tienes que hacer es girar. En ese momento, un clamor orquestado por el mismo Arthur Bell: Friedkin se disponía a cometer "la película más condenatoria, insultante y sectaria jamás realizada sobre la homosexualidad". Hay, pues, los manifestantes, y frente a los extras, reclutados directamente de los clubes. Dos grupos que no se hablan y literalmente se tiran ladrillos.
Al Pacino en A la caza (1980)
¿Qué vemos en la película? El planteamiento estético de Friedkin -en medio de un viaje etnográfico- es tan crudo que recorta cuarenta minutos de escenas de trastienda. Desaparecidos pero tan legendarios que fueron objeto de un mediometraje de James Franco, Interior. Leather BarA la caza, clasificada “R” (prohibida a los menores no acompañados) en lugar de “X” (pornográfica), está por tanto autorizada en el circuito comercial. En el lado público, es un horno. Arthur Bell, por supuesto, la odia. El mojigato Pacino parece hasta olvidar la película (y eso que allí lo vimos sin camisa). El cineasta es criticado por su mirada demasiado radical.
Sin embargo, en A la caza, Friedkin no juzga. Observa y detalla, por ejemplo, el sistema de pañuelos de colores y las preferencias eróticas que indican, en una escena memorable. Y si sugiere un vínculo entre los impulsos sexuales y asesinos, no lo limita únicamente a la comunidad gay. La posible violencia del sexo BDSM es una pista francamente falsa. Lejos de él la idea de que cualquier gay sería un psicópata en potencia, de lo que fue reprochado en su momento. La película, matizada, muestra sobre todo exacciones policiales ("cruising", en versión original, define a un policía de patrulla tanto como el coqueteo homosexual) y, en última instancia, escudriña el abuso de poder sobre una comunidad estigmatizada. Redescubrimos la película como un gran thriller mucho más tarde; Brett Easton Ellis lo resume mejor: "A la caza es probablemente la película convencional menos ingenua y menos condescendiente sobre la homosexualidad masculina de todos los tiempos."

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