martes, 26 de octubre de 2021

El cine de Cristi Puiu (XII)

(cont.)
A la densidad de las conversaciones, que se desarrollan en escenarios improvisados, casuales, típicos de escuela de interpretación, se enfrenta una realización dinámica y ligera que capta magníficamente la espontaneidad calculada de cada ensayo. El humo del tabaco, la comida y la bebida, guiones desparramados por las mesas, diversos objetos dispuestos aquí y allá, todos los elementos del atrezo dibujan, escena tras escena, versiones fílmicas de los bodegones de Morandi. La materialidad y el sonido de estos objetos funciona además como contrapunto orgánico a la evanescencia de la fotografía y la iluminación, concebidas para dotar a la película de una atmósfera onírica. En conjunto, Trois exercises d’interprétation (2013) demuestra el interés de su director por la filosofía rusa de raíz religiosa, profundamente moral, abierta en canal ante un espectador que si lo desea puede abstraerse de la palabra y entregarse al oleaje de las imágenes. También, y no es menos importante, la película confirma una de las tesis más firmes de Puiu sobre el oficio de actor: «La única obligación que tiene un actor es ser».
 Trois exercises d’interprétation (2013)
En Malmkrog (2020), por su parte, la sombra de Soloviov se materializa en una ficción de época bellamente ambientada que representa de un modo teatral una reunión de la alta sociedad en un castillo transilvano. Un terrateniente, un político, una condesa, un general y su esposa conversan afablemente sobre la autoridad, el progreso, la moralidad y el Anticristo mientras un ejército de silenciosos sirvientes los atiende con finos manjares y bebidas. Dividido en seis episodios, uno por cada protagonista –a las cinco figuras nobles hay que añadir el jefe del servicio–, el filme plantea el reto de enfrentarse al que es el trabajo con mayor carga dialéctica y verbal en la carrera de Puiu; prácticamente una conversación continua durante más de tres horas sobre cuestiones filosóficas de gran calado. Cuesta seguir con atención las disquisiciones de Soloviov, máxime cuando el guion reproduce palabra por palabra la obra del filósofo ruso, pero a cambio Puiu entrega su trabajo más refinado y minimalista en lo visual. Una miniatura lujosa y detallada que se sirve la filosofía, la inocente filosofía, para representar la lucha de clases. Porque eso es en último término la película, una crónica en segundo plano del histórico conflicto entre amos y siervos, resuelto hacia la mitad del metraje con un tiroteo en off. El ruido quiebra el silencio.
Malmkrog (2020)
Es evidente la influencia de Velázquez y otros maestros barrocos en la composición de cada plano de este fresco que coquetea sin disimulo con la expresividad del tableau vivant. Más estatuas que personas, los actores se mueven en una baldosa –si se mueven– para componer unos personajes de una pieza, monolíticos, enrocados en unas convicciones que defienden con tensa calma. Hay desdén bajo la pátina educada de sus elegantes palabras, orgullo y vanidad, incomprensión mutua, exhibicionismo vacuo, flirteo intelectual. Decadencia. Su última fortaleza frente al cambio que se avecina es la pureza del pensamiento filosófico, pero este solo existe en los libros, en las palabras, no en sus hábitos ni en sus acciones. ¿Libertad? ¿Hermandad? ¿Fe piadosa? ¿Caridad? Nikolái (Frédéric Schulz-Richard) y sus invitados hablan de bondad en un plano utópico que, en todo caso, admitiría en su cielo solo a las clases privilegiadas. Su desprecio hacia los sirvientes revela el auténtico rostro de sus convicciones y su carácter. En ese contraste se posa la mirada seccionadora de Puiu, que recompensa la paciencia del público con un plano final que expresa magistralmente el idealismo platónico que guía la obra de Soloviov. No son sino sombras lo que vemos.
Malmkrog (2020)
Un hombre mayor se sienta en una mesa de una cafetería de Bucarest. Delante de él, un tipo más joven, trajeado, conocido suyo, le pregunta si ha traído la mercancía. Se refiere al cartón de tabaco y al paquete de café con los cuales pretende sobornar al hombre que le ha prometido un trabajo a su amigo. «Como en los viejos tiempos», le dice el veterano. «Como siempre», replica él. La esencia trágica del cine de Puiu está contenida en esta pieza que habla de la supervivencia como primer instinto del hombre. Todas las demás inclinaciones están subordinadas a la conservación de uno mismo. Para sobrevivir, los personajes de Puiu tienen que encontrarse a sí mismos. Es la maldición del hombre contemporáneo: buscar, buscar, buscar.

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