lunes, 18 de marzo de 2019

La Flor, una oda al cine y a su poder

La Flor: una extraordinaria película de 14 horas firmada por Mariano Llinás.
Al cineasta argentino le llevó todo este tiempo desarrollar este mundo barroco que combina el amor y las aventuras de cuatro mujeres en la historia del cine. Jamas visto.
¿Por dónde empezar ? El trabajo es tan inusual, denso, que no sabemos cómo cogerlo. Como su cineasta es aficionado a la enumeración, imitémosle. Esta película tiene una duración total de trece horas treinta y cuatro (1), incluye seis episodios independientes, pero teniendo algunas similitudes, combina géneros (fantástico, espionaje, melodrama musical...), varios idiomas (español, ruso, italiano, inglés, francés) y vernáculos (¡incluido un dialecto del siglo XVIII hablado en el norte de Italia!). También cruza dos continentes (América del Sur y Europa) y está llena de humor y lirismo, dos cualidades que son difíciles de casar. Ofrece algunos juegos, sobre todo. Un juego encantador, casi infantil: no hay autoría pontificadora aquí, sino una recreación picaresca.
Tintín no está lejos: vemos uno de sus álbumes, dejado en una mesita de noche. Es una apuesta segura que la momia  haciendo estragos del episodio 1 está inspirado en la del rey inca Rascar Capac de Las 7 bolas de cristal (Les 7 boules de cristal, el décimo tercer álbum de Tintín). Está en el centro de una extraña historia, ubicada en un laboratorio de análisis arqueológico, al borde de un desierto, liderada por un trío de mujeres. Una serie de fenómenos perturbadores y terroríficos ocurren. La psique y el deseo femeninos inundan a La Flor, a través de su formidable cuarteto de actrices (Elisa Carricajo, Valeria Correa, Pilar Gamboa, Laura Paredes), que aparece en cada episodio (la quinta excepción) con nuevos roles cada vez. A través de ellos y los que encarnan de mitológico (de la bruja a la Medusa), el cineasta hace, con toda modestia, la apología de la mujer libre, independiente, conquistadora y erudita, guerrera, incluso asesina. Sin perder de vista al patriarcado y al machismo.

Una película de 300.000 euros

Y luego está el amor. En múltiples versiones. Locamente platónico: entre una espía y su colega, obligados a reprimir sus sentimientos (¿el espíritu de La Flor?). Orgiástico: en un asilo psiquiátrico, el nuevo caso de esta paciente amnésica que desquicia la libido de todas las enfermeras y doctores. Apasionado: el amor-odio de una cantante exitosa separada de su hombre, con quien formó un dúo romántico de un espectáculo de variedades y que se encuentran, de nuevo, en un estudio para grabar. Este episodio (el segundo), probablemente el más sofisticado, es un melodrama febril, donde la batalla homérica en la que participa la pareja llega al corazón de las canciones, desgarradoras, cuyas letras contienen una poesía simple.
La música, el sonido, no son accesorios, Mariano Llinás los usa como herramientas fabulosas. Lo mismo con la elipse, la alusión, la ironía. Todas estas figuras de estilo también son hazañas y trucos rudimentarios del cine, que el autor resucita con la frescura y la inocencia de un pionero que regresa a la infancia del cine, jugando con 3 pesos en algunas historias ingeniosas. El prólogo también le ha ayudado al propio director detenerse en un área de descanso, al borde de la carretera, y sentarse a explicarnos, lápiz y esquema cómico, que forma - la de una flor Bifurcado - tomaría su película. Aquí, el minimalismo de los medios (la película costó 300 000 euros) lleva al máximo: La de una flor abierta que abarca todo el mundo y la historia del cine al rendir homenaje a varias de sus etapas decisivas, el mudo (los episodios 5 y 6), hasta el cine moderno, con una puesta en escena particularmente divertida (episodio 4).
El cineasta copia e imita con ternura [Una salida al campo (Une partie de campagne, 1936), de Jean Renoir; La mujer pantera (Cat People, 1942), de Jacques Tourneur], calca, divaga, nombres frecuentemente: flores, árboles, astros, pintores, obras de brujería. En este mundo barroco, nos encontramos con un líder palestino, un traficante que inyecta toxina de escorpión como un suero de la eterna juventud, una Margaret Thatcher montada a caballo y fumando un cigarro, guerrilleros colombianos. Uno también se siente calmado por una voz particularmente encantadora, que describe como nadie la soledad, el sentimiento de derrota, los trenes, los paisajes ("Siberia distante y única, que se extiende como una enfermedad"). Este narrador refleja exactamente el propósito de la película: no dar sentido a las cosas, y mucho menos desarrollar un guión. Pero transporta a un imaginario infinito.

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