jueves, 6 de septiembre de 2018

Para recordar: The Square

Un museo y su conservador en plena crisis existencial... En The Square (2017), el realizador sueco Ruben Östlund destapa las esencias del nihilismo. Y lo hace con brío. 
"Tienes que crear enfrentamientos y conflictos para hacerte notar. No hay otra elección. Tienes que luchar para llamar la atención." ¡Qué acto! El director sueco Ruben Östlund galardonado en Cannes el año pasado, es muy feliz de estar considerado el agitador público numero uno: Desasosegar al espectador, creando malestar, es el objetivo declarado de su última película The Square,  reflexión chirriante y deliberadamente provocativa sobre la comodidad establecida, el aburguesamiento del arte moderno y la pequeña cobardía de la vida cotidiana. En Cannes y después, el (muy) largometraje de Östlund ha seguido dividiendo al público y a críticos. El hombre, tan guapo como su héroe -el padre cobarde en Fuerza mayor (Snow Therapy AKA Turist, 2014) o el dandy de The Square-, molesta y suscita toda una serie de interrogantes. El cineasta ha ganado en gran medida su apuesta: se ha convertido en el grano de arena que perturba la esfera de los medios. El cineasta ha conseguido ganar ampliamente su apuesta: se ha convertido en el grano que perturba todo el universo mediático. 
En The Square, atrapado en una espiral de malas y casi tiernamente patéticas decisiones, Christian (el premiado Claes Bang), conservador de un reputado museo sueco de arte contemporáneo, se embarca en la obsesiva misión de recuperar el teléfono móvil que ha perdido estúpidamente por la mañana, cuando por primera vez en mucho tiempo saca su enfrascada cabeza de la pantalla y, aturdido y desubicado, pierde uno de sus juguetes más preciados.
¿La cumbre de la película? ¡Una larga escena de banquete perturbada por la llegada de un artista intérprete, que se supone imita a un primate belicoso y sacude a los ricos! De hecho, del shock, estarán especialmente paralizados, los donantes del museo invitados a esta cena de gala, frente a esta irrupción de la bestialidad en su mundo asegurado. Poderoso torso desnudo, que se destaca abruptamente en el dorado de la sala de fiestas, y agresiva actitud simiesca, el actor ya no parece controlarse. La situación se está desviando lentamente, pero con preocupante seguridad. Las reglas del juego social se rompen. La comodidad burguesa en la que los invitados se sentían seguros se está resquebrajando. Y en esta situación que los deja atónito, todo puede suceder.
Los once minutos que dura la escena son silenciosos, perturbados solamente por los ruidos de la jungla y los gritos del hombre-mono. Aterradora banda sonora que aumenta la incomodidad. Cuando el supuesto simio ataca a uno de los invitados, los asistentes se quedan congelados, con los fijos en el suelo. "El ser humano tiene comportamientos gregarios. En una multitud, frente al peligro, se inmoviliza para que el depredador elija a otra víctima"-comenta  Östlund-, como un antropólogo cínico pero lúcido. Hasta ese momento, aleja a su película del nihilismo total por medio del humor. Pero, en esta secuencia, lleva hasta el final su representación de la crueldad: la escena finaliza en una oleada de violencia sin precedentes, como válvula de escape ante tanta cobardía. El espectador sale vació. Y el director, insolente, agrega: "Imaginé esta escena pensando en su proyección en el Festival de Cine de Cannes. Me gustó la idea de que las personas con traje en el auditorio Louis Lumière se enfrenten a su propio reflejo". 

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