sábado, 15 de junio de 2013

Biografías de cine: Juan Antonio Bardem (II)

(cont.)
Tampoco sus filmes posteriores van a permitir que Bardem salga de esa crisis creativa en la que parece haber caído. Ya en la década de los sesenta, y hasta el ünal de la misma, va a dirigir otras cinco películas. El período se inicia con A
las cinco de la tarde (1960), guión basado en una obra de Alfonso Sastre, quizá lo más relevante de la película, en la que se narra el drama humano en el mundo del toreo.
Seguirán:
  • Los inocentes (1962), producción hispano-argentina rodada íntegramente en Buenos Aires, que esun baldío intento de crítica social.


  • Nunca pasa nada (1963), película con la que Bardem pretende inútilmente reencontrarse con la experiencia de Calle Mayor.


  • Los pianos mecánicos (1965), coproducción con Francia e Italia, que resulta ser un nuevo fracaso.


  • El último día de la guerra (1968), filme del que sólo vale reseñar su título.

En general, el período comprendido entre La venganza (1957) y El último día de la guerra (1968), Bardem abordó historias que, desde un compromiso político, se centraron en el análisis de realidades sociales desde la perspectiva de unos segadores, la lucha del poder en el México del XIX o el mundo taurino. Son películas en las que no acertó creativamente hablando, y que obtuvieron una escasa repercusión pública.
Si los años sesenta representan la plena confirmación de su decadencia cinematográfica, los setenta suponen su abierta integración a unas estructuras en exceso comerciales, que en nada van a favorecer su ya tímido prestigio personal. En realidad el nombre de Juan Antonio Bardem va a ser utilizado, en la mayoría de los casos, como telón de fondo para amparar el relanzamiento de artistas de impacto popular; caso de Sara Montiel, Marisol y Alfredo Landa. De este modo inicia la década con una película, Varietés (1970), que torpemente trata de ser una continuación de la ya lejana Cómicos, pero narrada en forma de anécdota folklórica para encumbrar las condiciones artísticas de Sara Montiel.
Luego vendrá La isla misteriosa (1971), película realizado para televisión, y de no muy afortunado recuerdo; para de inmediato dirigir una serie de dos películas que no persiguen otro objetivo que el de demostrar la “capacidad dramática” de Marisol. La primera de ella, La corrupción de Chris Miller (1972), es una combinación poco hábil de falsos traumas adolescentes -desequilibrio psíquico de una muchacha violada en su juventud-, de erotismo nada elegante, y de una irritante morbosidad que se sitúa por encima del amor y del temor sangriento.
La segunda de las películas realizadas con Marisol como protagonista será El poder del deseo (1974), basada en un relato de Manuel Pedrolo —Joc Brut—, y con la que Bardem trata sin acierto de entroncarse con el género de cine negro. La cinta, pese a su minucioso tratamiento formal, es un producto comercial poco elogiable, del que resulta difícil destacar algún elemento de brillantez.
Tras El poder del deseo, Bardem se embarca en la complicada aventura de encontrarse consigo mismo, con ese cine de carácter testimonial por el que él tanto abogara en sus comienzos, y en el que la certera mirada crítica se corresponde con un juicio directo de la realidad social. No obstante, El puente (1976), resultante final de tan arriesgada intención, será incapaz de dar respuesta a las inquietudes previstas. Su exagerado afán por ofrecer un amplio panorama de la sociedad española del momento la convierten en una película exhaustiva, deseosa de contar demasiadas cosas, aun a costa de la flexibilidad
rítmica de la narración. 
Hay quizá en El puente excesivas pretensiones, una ciega ambición que no consigue consumarse. La película, con Alfredo Landa en la cabecera del reparto, es la historia de un viaje en moto, aprovechando los días de descanso que permite un puente. A partir de ahí el relato avanza por medio de la sucesión ininterrumpida y múltiple de acontecimientos que tienen lugar a lo largo del trayecto. Así, las más diversas circunstancias, los personajes más pintorescos, los más opuestos estados sociales, desfilan ante la pantalla conformando un puzle enrevesado y vertiginoso.
Alfredo Landa en El puente
La filmografía esta década de Juan Antonio Bardem se completa, finalmente, con 7 días de enero (1978), película basada en los trágicos sucesos acaecidos en un despacho de abogados laboralistas —sito en la calle Atocha de Madrid—, con la que el autor vuelve a entregarse a ese realismo critico por el que siente honda pasión. El filme es una mezcla de cine documental y de ficción, donde los hechos tienen una reconstrucción alternativa, utilizando material real y material expresamente filmado para la película. En 7 días de enero Bardem quiere ser de nuevo testimonio de su envolvente perspectiva social. Si no lo logra plenamente, al menos recupera con firmeza la línea de sus viejos ideales, lo cual significa recuperar la esperanza en un contradictorio e imprevisible realizador.
A partir del inicio de los años ochenta se volcó en diversas producciones para televisión, tanto capítulos de series como Jarabo (1985), una producción de Pedro Costa para La huella del crimen, y series como Lorca, muerte de un poeta (1987) y El joven Picasso (1991). Buena parte de las películas de Juan Antonio Bardem fueron seleccionadas para los mejores festivales de cine internacionales (Cannes, Venecia, Berlín, etc.). La venganza (1957) fue nominada para el Oscar a la mejor película extranjera. 
En 1986 recibió la Medalla de Oro de las Bellas Artes. En 2001 recibió el Goya Honorífico de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España. En 2002 escribió sus memorias con el título Y todavía sigue. Memorias de un hombre de cine. Tras su muerte, acaecida ese mismo año a la edad de 80 años, la Asociación de Directores de Cine le concedió el premio de honor en la XVIII Edición.

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