martes, 26 de febrero de 2019

Michel Legrand, el gran compositor de bandas sonoras (III)

(cont.)
Después de La bahía de los ángeles (La baie des anges), de Jacques Demy, en 1963, vendrá la sublime Los paraguas de Cherburgo (Les parapluies de Cherbourg, 1964), la película "cantada" montada "contra un ejército de escépticos y refractarios", Palma de Oro en Cannes. La petulante Las señoritas de Rochefort (Les demoiselles de Rochefort), en 1967, cuyas canciones en versos alejandrinos le hicieron pasar un mal rato a Legrand, quien realizó hasta cuarenta propuestas por canción. Luego, Piel de asno (Peau d'âne, 1970), las más olvidables, No te puedes fiar ni de la cigüeña (L’evénement le plus important depuis que l’homme a marché sur la lune, 1973), Lady Óscar (1979) o Calle P (Parking, 1985), todas ellas con Jacques Demy como director.
Michel Legrand (sentado), Norman Maen, Catherine Deneuve y Franoise DorlŽac, durante  el
rodaje de la película Las señoritas de Rochefort 1966. Fotografía de Georges Kelaidites (1932-2015)
Paralelamente, el compositor colabora con Jean-Luc Godard, Joseph Losey, Chris Marker. Saturado de la Nouvelle Vague, se va con su esposa e hijos a vivir a Los Ángeles a fines de la década de 1960 y firma la emblemática The Windmills of Your Mind de para El caso de Thomas Crown (The Thomas Crown Affair, 1968), de Norman Jewison, con la que ganaría un Oscar. Abrumado por una depresión de la que tardará muchos meses en recuperarse, regresó a Francia dos años después. Desde la distancia, continuará su carrera en Estados Unidos, trabajando con Barbra Streisand, John Frankenheimer o Clint Eastwood.
El caso de Thomas Crown (1968)

Del jazz al ballet

Pero el hombre-orquesta no se resume sólo en su música para el cine. En 1956, se "enamoró" a primera vista de Claude Nougaro. Le gusta "su forma de articular palabras, tanto espontáneas como literarias". El tolosano es entonces un poeta, y aún no es cantante. Legrand convenció al productor Jacques Canetti para grabarlo. En 1962 Claude Nougaro, un disco que contenía Le cinéma, disco que contenía importantes éxitos (Le cinéma, Le jazz et la java, Une petite fille, Les Don Juan, Rouge et Noire...). Pero las personalidades de Legrand y Nougaro eran polos opuestos: el primero es el control, el segundo los excesos. Sus caminos divergen.
A partir de 1964, el compositor se canta a sí mismo, dispersándose con energía. Sus cualidades vocales no son malas, pero no lo convierten en un gran intérprete. Veinticinco años más tarde, debutó en la dirección con Cinco días en junio (Cinq jours in juin, 1989), una historia muy personal de cómo cruzó una parte de Francia con su madre en 1944. Pero, fue un fracaso. "Encontré la historia de este niño, tierna; pero no tuvo suerte", dijo sobre el largometraje en una conversación con Jacques Chancel.
Ávido de renovación, este fogos hombre, casado cuatro veces, se habría acercado, en el último período de su vida, a un repertorio sinfónico más clásico, experimentando con el ballet (Liliom, para John Neumeier), creando un concierto para piano, otro para el violonchelo. Todavía complaciéndose en el cine, prepara la banda sonora de la película inacabada de Orson Welles, restaurada por Netflix, En el otro lado del viento, o un nuevo largometraje como director, sobre un guión de Didier van Cauwelaert. Impulsado por el entusiasmo de la cantante Natalie Dessay, una de sus más fervientes admiradoras, incluso había terminado un oratorio imaginado, cuarenta años antes, por Barbra Streisand. Decididamente magnetizado por la música, el octogenario seguía vibrando.
David y el gigante de piedra (Die Schelme von Schelm, 1995)

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