jueves, 11 de abril de 2013

La risa


Desde el comienzo de la historia, los hombres han encontrado en la risa un recurso poderoso: un refugio ante los sinsabores de la vida y un modo de unirse, en alegría, con las personas que lo rodean. Pensadores de todas las épocas lo han señalado: 

"La risa es el sol que ahuyenta el invierno del rostro humano", Víctor Hugo

"Cada vez que un hombre ríe, añade un par de días a su vida", Curzio Malaparte

"El hombre incapaz de reír no solamente es apto para las traiciones, las estratagemas y los fraudes, sino que su vida entera ya es una traición y una estratagema", Thomas Carlyle

"Sin amor y sin risas nada es agradable", Horacio

"Afortunado el hombre que se ríe de sí mismo, ya que nunca le faltará motivo de diversión", anónimo

Y el contundente proverbio escocés: "La sonrisa cuesta menos que la electricidad y da más luz". 
Por eso compartimos con ustedes, a continuación, tres microrrelatos (o minicuentos, cuentos-miniatura o cuentos hiperbreves) que tienen su cuota de humor.

"El espejo chino", anónimo

Un campesino chino se fue a la ciudad para vender la cosecha de arroz y su mujer le pidió que no se olvidase de traerle un peine.

Después de vender su arroz en la ciudad, el campesino se reunió con unos compañeros, y bebieron y lo celebraron largamente. Después, un poco confuso, en el momento de regresar, se acordó de que su mujer le había pedido algo, pero ¿qué era? No lo podía recordar. Entonces compró en una tienda para mujeres lo primero que le llamó la atención: un espejo. Y regresó al pueblo.

Entregó el regalo a su mujer y se marchó a trabajar sus campos. La mujer se miró en el espejo y comenzó a llorar desconsoladamente. La madre le preguntó la razón de aquellas lágrimas.

La mujer le dio el espejo y le dijo:

–Mi marido ha traído a otra mujer, joven y hermosa.
–La madre cogió el espejo, lo miró y le dijo a su hija:
–No tienes de qué preocuparte, es una vieja.

Otro del escritor español Max Aub, "Hablaba y hablaba... ":

Hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba. Y venga hablar. Yo soy una mujer de mi casa. Pero aquella criada gorda no hacía más que hablar, y hablar, y hablar. Estuviera yo donde estuviera, venía y empezaba a hablar. Hablaba de todo y de cualquier cosa, lo mismo le daba. ¿Despedirla por eso? Hubiera tenido que pagarle sus tres meses. Además hubiese sido muy capaz de echarme mal de ojo. Hasta en el baño: que si esto, que si aquello, que si lo de más allá. Le metí la toalla en la boca para que se callara. No murió de eso, sino de no hablar: se le reventaron las palabras por dentro.

Y el clásico de Ana María Shua:

¡Arriad el foque!, ordena el capitán. ¡Arriad el foque!, repite el segundo. ¡Orzad a estribor!, grita el capitán. ¡Orzad a estribor!, repite el segundo. ¡Cuidado con el bauprés!, grita el capitán. ¡El bauprés!, repite el segundo. ¡Abatid el palo de mesana!, grita el capitán. ¡El palo de mesana!, repite el segundo. Entretanto, la tormenta arrecia y los marineros corremos de un lado a otro de la cubierta, desconcertados. Si no encontramos pronto un diccionario, nos vamos a pique sin remedio. 
Tomado de LIbrosenRed

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