lunes, 31 de julio de 2017

El cine de Akira Kurosawa en ocho películas (I)

En esta entrada pretendemos realizar una retrospectiva de Akira Kurosawa, el gran cineasta japonés, poniendo de manifiestos los grandes logros de una obra espléndida, del cine realista al cine negro, pasando por las grandes epopeyas del Japón medieval.
Aunque se le considera un artista humanista, el humanismo en el cine de Kurosawa no siempre es agradable, pero, pase lo que pase, nunca la abruma, sino la ensalza cuando quiere hacerla trascender. 

El artista humanista

En Vivir (Ikiru, 1952), retrato de un modesto funcionario, Kanji Watanabe, del ayuntamiento de Tokio en la época de post-guerra, que ha sido consumido por su monótono y vacío trabajo. Pretende darle sentido a su vida al saber de su pronta y cierta muerte, es sin duda su película más humanista -difícil no derramar una lágrima ante el destino de este oscuro hombre que consagra sus últimas fuerzas en la construcción de un jardín para los niños. Al final, el señor Watanabe acude a este parque para morir, cerca de las únicas personas que lo aprecian de verdad.
Por su parte, Barbarroja (Akahige, 1965), con sus médicos idealistas del siglo XIX que ejercen en los bajos fondos, es de obligado visionado. Al igual que el joven Yasumoto, que se compromete a desprenderse de sus lujosos vestidos para llevar el el ingrato kimono del practicante, el espectador se ve obligado a superar sus prejuicios acerca de la pobreza. Y "retirar la mirada" del sufrimiento y la muerte, aunque sea, a veces, insoportables. La lenta agonía de Sahachi de su soñador ayudante, que dedicó su vida a los pobres para expiar la muerte desgraciada de su esposa, es el momento cumbre de la película. Barbarroja aborda el problema de la injusticia social y explora dos de los temas favoritos del director japonés: el humanismo y el existencialismo.

El cronista de la realidad

Dos de sus películas juveniles, poco conocidas por cierto, son relatos emocionantes del Japón de y posterior a la II Guerra Mundial. La más bella (Ichiban utsukushiku, 1944), es una obra propagandística de corte nacionalista, producida en el que la industria cinematográfica japonesa estaba obligada a contribuir al esfuerzo bélico. La película exalta con insistencia el coraje y la valentía de las jóvenes trabajadoras de una fábrica militar, que abandonan a sus familias para producir más armas para la artillería imperial. Si el discurso patriótico suena falso, las imágenes impresionan por su estilo documental - hay que señalar que Kurosawa había pedido a sus actrices vivir como verdaderas obreras mientras durara el rodaje.  
La más exitosa Un domingo maravilloso (Subarashiki nichiyobi, 1947), se asemeja a las grandes obras del neorrealismo que, en la misma época, revolucionaban el cine italiano. Una pareja de jóvenes que perdieron todo en losl bombardeo de Tokio tratan de reconstruir en el Japón derrotado: una vida en ruinas, a la imagen de la capital japonesa afectada por la pobreza y el mercado negro, que Kurosawa describe la mismo tiempo con gran agudeza social y emoción.

Autor de cine negro

Los siete samuráis (Shichinin no samurai, 1954) obliga a que Akira Kurosawa sea considerado como un maestro del género épico. Sin embargo, el cineasta japonés también es reconocido como un gran realizador de cine negro. Capaz de acomodarse a este género típicamente hollywoodiense, con su expresionismo en blanco y negro, su ambigüedad moral y su dimensión social en el Japón posterior a la bomba atómica de Hiroshima. 
(cont.)

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