Actores lesionados, decorados podridos, vestuario sucio, tomas interminables: en el set de la película de culto de terror, ya era un infierno.
Texas, verano de 1973. Imagínese: usted es el tercer ayudante de dirección en el rodaje de una película de terror de bajo presupuesto. El director, Tobe Hooper, tiene exactamente 30 años y, para su segundo largometraje, tiene un sueño. O mejor dicho, una pesadilla que le encanta contar: una vez, una cola que avanzaba a paso de tortuga le provocó un impulso irrefrenable de masacrar a todo el mundo. Inventa un asesino con una motosierra. Este verano rodarán "La matanza de Texas (The Texas Chain Saw Massacreen, 1974)..." , la futura obra maestra del cine de terror. Usted, al igual que el resto del equipo, está lejos de estar a salvo.
En el condado de Williamson, al norte de Austin, hay un edificio discreto que necesita transformarse en un museo del horror. ¿Y los cadáveres que llenarán cada plano? Se consiguen del veterinario local, un conocido del encargado de utilería. Principalmente perros y gatos. ¿Esqueletos? Se recorren las granjas: cráneos de vaca abundan en los campos aledaños. Hooper incluso presume de haber encontrado un esqueleto humano auténtico: afirma haberlo comprado en la India; era más barato que hacer una falsificación. Robert Burns, el director de arte, se divierte ensamblando todo esto en auténticas esculturas inspiradas en el canibalismo y el vudú. O en una espeluznante y legendaria decoración de mesa: patas y una cabeza de pollo clavadas a una tabla. Bob lo llama su "arte muerto"; en pantalla, es aterrador. Porque todo es verdad, o casi. En la película final, habrá muy poca sangre. El horror proviene de otra parte, de esa atmósfera opresiva: en el set, se observa cómo la realidad y la ficción se fusionan.
El decorado, muy orgánico como hemos visto, apesta. Las luces necesarias para rodar en 16 mm (aún más baratas que las de 35 mm, pero que requieren aún más luz) hacen que la carroña se pudra. No se puede ventilar porque las ventanas permanecen oscurecidas para crear ambiente. El vestuario de los actores no huele mejor: solo existe una copia de cada uno, lo que hace imposible lavarlo. La escena de la cena requiere veintiséis horas seguidas de rodaje en medio de este hedor. Hooper, a quien nadie acusaría después de maltrato, admite haber perdido algunos amigos durante el rodaje. El equipo sufre. La protagonista, interpretada por Marilyn Burns, tiene que ponerse un trapo que encuentra por ahí en la boca: "Nadie pensó en ofrecerme un accesorio limpio", recuerda más tarde (en el documental The Shocking Truth, en 2000). Lo soporta.
"A la octava vez, tuve que pegarle de verdad con la escoba", presume extrañamente el actor Jim Siedow en The Texas Chainsaw Massacre: A Family Portrait (un documental de 1988). En cuanto a Gunnar Hansen, quien interpretó al aterrador Leatherface, se cortó un dedo porque la bolsa de sangre del cuchillo de juguete no funcionaba. También estuvo a punto de cortarse con su propia motosierra. Porque era una de verdad: solo había que quitarle el embrague para que vibrara sin girar. Más tarde, el personaje de Marilyn Burns atraviesa una ventana. La escena de la caída se dividió en dos tomas por seguridad. Pero al filmar la segunda, la actriz se lesionó al aterrizar. Todavía cojea en la escena final de la persecución… Todo es cierto. Empezando por la rabia en su rostro: la rabia de una actriz que creía haber terminado con esta odisea, pero a la que llaman para otra toma. Cincuenta años después, al redescubrir La matanza de Texas en su versión restaurada, uno se da cuenta de que películas como esa ya no se pueden hacer. Y sobre todo, no así.



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