Godard, Truffaut, Seberg y los demás, muy acertadamente interpretados, vuelven a la vida en esta película ligera y educativa sobre el rodaje de “Al final de la escapada”. Pero nos hubiera gustado que Linklater fuera más allá de una bella reconstrucción...
De todas las películas a concurso, ésta es sin duda la que, incluso antes de su presentación, ha generado más tinta: al reconstruir el rodaje de Al final de la escapada (À bout de souffle, 1960), al dar vida de nuevo al joven Godard y a sus compañeros de Cahiers du cinéma, especialmente a François Truffaut que acababa de empezar detrás de la cámara con Los cuatrocientos golpes (Les Quatre Cents Coups, 1959), esta acertadamente llamada Nueva Ola ha despertado una enorme curiosidad. La apuesta se cumplió y el resultado fue hermoso. En un blanco y negro que parece de época (la imagen es del director de fotografía David Chambille, ante quien nos quitamos el sombrero), el viaje a través del tiempo es impactante. Desde el principio, todo parece correcto: la forma de mostrar París, los cafés, los interiores.
De todas las películas a concurso, ésta es sin duda la que, incluso antes de su presentación, ha generado más tinta: al reconstruir el rodaje de Al final de la escapada (À bout de souffle, 1960), al dar vida de nuevo al joven Godard y a sus compañeros de Cahiers du cinéma, especialmente a François Truffaut que acababa de empezar detrás de la cámara con Los cuatrocientos golpes (Les Quatre Cents Coups, 1959), esta acertadamente llamada Nueva Ola ha despertado una enorme curiosidad. La apuesta se cumplió y el resultado fue hermoso. En un blanco y negro que parece de época (la imagen es del director de fotografía David Chambille, ante quien nos quitamos el sombrero), el viaje a través del tiempo es impactante. Desde el principio, todo parece correcto: la forma de mostrar París, los cafés, los interiores.
Y luego, las celebridades. Un Godard con sus gafas y su timbre distintivo, pero también con una apariencia muy convincente, interpretada por Guillaume Marbeck. Un Truffaut elegante, refinado y reservado, interpretado por Adrien Rouyard. Un Chabrol sonriente, dibujado por Antoine Besson. Todo el reparto está en su punto justo y actúa de una manera que nunca resulta tensa ni intimidada: la Nouvelle Vague resucita con su pasión, su confianza, su deseo de afirmar su autoridad incluso antes de tomar el poder.
El estadounidense Richard Linklater resulta ser el hombre indicado para este ejercicio peligroso, y tantas veces fallido, del museo Grévin viviente, sin duda porque es un cineasta curiosamente camaleónico, tan dotado para las comedias de autor, como para el cine de animación, siempre tentado por experimentos cinematográficos aparte, como Boyhood (2014), filmada a lo largo de más de una década. Gran cinéfilo, el tejano ha sabido hacer fecunda la admiración que inevitablemente siente por un periodo de la historia del séptimo arte que se ha vuelto legendario. Sin imitar la modernidad de Godard ni hacer una película biográfica contemporánea sobre un mundo retro, logra ofrecer una película etérea y eterna que captura algo elusivo: cómo las estrellas se alinearon para dar origen a Al final de la escapada, en una especie de caos hábilmente mantenido pero no demasiado controlado, como un lanzamiento de dados que cambiaría toda la situación.
Linklater parece realmente tan a gusto en este nuevo tiempo que su ambición, al final, parece un poco sabia. Aquí estamos en el primer día de rodaje de Al final de la escapada, luego el segundo, el tercero... El octavo día no pasa nada, también es creación para el gran pensador que es Godard, pero no para su productor, Georges de Beauregard (Bruno Dreyfürst), ¡quien protesta! El rodaje se reanuda y Linklater mantiene su ritmo, nunca sin aliento pero sí muy firme.
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