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martes, 23 de diciembre de 2025

Retrospectiva: Matar a un ruiseñor

En 1962, durante el rodaje de Matar a un ruiseñor (To Kill a Mockingbird, 1962), dirigida por Robert Mulligan, ocurrió un momento que nadie había ensayado. En pleno juicio ficticio, mientras Brock Peters interpretaba el testimonio de un hombre acusado injustamente, algo se quebró dentro de él. Las lágrimas comenzaron a caer sin que estuviera en el guion. Gregory Peck, para no romper la escena, evitó mirarlo directamente. Sabía que si cruzaba los ojos con Peters, la emoción lo desbordaría también. 
Lo curioso es que, al inicio, muchos productores no querían contratar a Brock Peters. Lo veían como un villano por sus papeles anteriores. No imaginaban que ese hombre, nacido como George Fisher en la pobreza de Harlem, cargaría con tanta verdad en una sola escena. Peters había llegado al cine después de un camino difícil. Estudió en la prestigiosa Escuela de Música y Artes de Nueva York, pero sobrevivía con trabajos esporádicos mientras buscaba una oportunidad en la actuación. Su vida cambió cuando obtuvo un papel en el musical Porgy and Bess en 1949; dejó la universidad y salió de gira. Su primera gran aparición en cine llegó con Carmen Jones en 1954.
Mientras tanto, Matar a un ruiseñor tampoco lo tenía fácil. Aunque la novela ganó el Pulitzer, los estudios la rechazaron una y otra vez. Decían que no había suficiente acción, que no era romántica, que su villano no sufría castigo. Pero el productor Alan J. Pakula vio algo que otros no: humanidad. Convenció al director Robert Mulligan, y juntos lograron lo imposible: que Gregory Peck aceptara el papel de Atticus Finch.
Para preparar su personaje, Peck viajó con Mulligan y Pakula a Monroeville, Alabama. Allí conoció al padre enfermo de Harper Lee: Amasa Lee, el hombre que había inspirado a Atticus. Un viudo que había criado solo a sus hijos y había defendido a un inocente cuando nadie más se atrevía. Ese encuentro marcó a Peck y se convirtió en el núcleo emocional de su interpretación. Años después, en 2003, cuando Gregory Peck murió, Brock Peters fue quien pronunció su discurso en el funeral. El hombre que había llorado sin querer durante el rodaje fue también quien, desde el corazón, despidió al amigo que lo había ayudado a contar una de las historias más poderosas de la pantalla.

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